miércoles, 27 de agosto de 2014

Capitulo 14 Cofradías e hipocresías.

Bartola de 17 años en 1866 en pleno complot de los azules, una joven soñadora y alegre, algo despreocupada, propio de la juventud, cuya adolescencia transcurriría en medio de la Guerra Federal, viviendo un cumulo de experiencias que la transformarían en mujer, época en la cual se enteraría de hechos que cambiarían su realidad.
Repentinamente su frágil mundo interior comienza a derrumbarse al deducir que la dicotomía de su origen oculto, no solo de ser hija ilegitima sino también de haber nacido de una mujer indígena, la despojaba del derecho al árbol genealógico, colocándola al margen de las rígidas reglas sociales y religiosas de su época, sumamente traumático. Había sido criada dentro de una familia de mantuanos, quienes alardeaban de poseer apellidos que podían rastrearse hasta sus antepasados españoles y franceses, llegando hasta el primer Santeliz en arribar a estas tierras, no solo era ser adinerado sino también tener un árbol genealógico demostrable, fundamental en estos remotos tiempos.
Al quedar asentado en su registro parroquial, donde el cura escribe despectivamente “hija natural de Juana Bautista Castro indígena de este pueblo” resaltando su doble deslustrado origen, impidiéndole ocupar un puesto relevante en la sociedad y el ingreso a los exclusivos colegios, ya por el simple hecho de ser mujer, estaban menoscabados. Tan importante era esto que cuando se quería perjudicar a alguien se ponía en duda el antiguo linaje al que se pertenecía a través de rumores o de panfletos lanzados anónimamente en las plazas. 
En este siglo prevalecían las costumbres de la Colonia, permaneciendo la sociedad atrapada irremediablemente en sus normas que sin embargo trasgredían, doble moral típica de la época victoriana, llamada así por la Reina Victoria de Inglaterra, tiempos del secretismo, lo oculto, de lo que nadie hablaba pero todos conocían como los escándalos de María Pinto de Cárdenas narrados solo en la oscuridad de la noche, cuidándose de aparentar de día cumplir las reglas de buena conducta, cuyas faltas acarreaban sanciones morales aunque con diferentes bemoles de acuerdo al nivel o escala que se ocupara socialmente.
Mentir era un privilegio, un arte practicado por los mantuanos, su poder les permitía comprar indulgencias incluso anticipadamente, una especie de fondo de ahorros para poder pecar, pagaban penitencias de diferentes categorías desde colocarles los nombres de los santos a sus hijos hasta trabajos comunitarios en las capellanías o en la organización de las fiestas patronales, daban colaboraciones para cubrir los gastos de misas especiales, así sus faltas eran perdonadas.  
Existía una escala de valores centrada en los bienes materiales de la cual derivaba el poder que era necesario preservar a través de una clara división marcada por los apellidos, encargándose de ello estaban las godarrias o hermandades religiosas, influyentes grupos cívico-religiosos conformados alrededor de unas cuantas familias, unidas por sus endogamias o matrimonios entre parientes cercanos con intereses comunes, conocidos como los godos caroreños caracterizados por ejercer un dominio de la sociedad y de la educación, residenciados en una de las tres ciudades más tradicionales en cuanto a las costumbres españolas como lo fueron también Mérida y La Grita.
Brillaban por su gran cultura, las fluidas conexiones entre sus parroquias eclesiásticas con el mundo exterior, les permitía la difusión del conocimiento universal a través del correo postal a caballo o mula, mucho antes de la existencia del telégrafo y el ferrocarril, destacando a estos pobladores del resto del país. Debemos recordar que las bibliotecas estaban bajo el resguardo de la Iglesia desde la Inquisición, por ende tenían su monopolio, administraban centros de enseñanzas muy avanzados, esto explica porque los habitantes del Cantón Carora, situado en la Provincia de Barquisimeto, además de ser fervorosos cumplidores del ceremonial católico gozaban de una gran educación. Sus hijos tenían acceso a los mejores institutos del país y del mundo entre los que se encontraba el colegio “La Concordia” ubicado en El Tocuyo, fundado en 1863 por Egidio Montesinos quien lo dirigía e impartía la importante cátedra, para estos tiempos, de Urbanidad y Buenas Maneras, este instituto funcionaba bajo la guía de los Dominicos y Franciscanos, facilitándoles sus recintos repletos de innumerables libros y manuscritos con los últimos progresos en matemáticas, anatomía, geografía, filosofía, ademas de idiomas tales como griego, francés y latín, permitiendo que los bachilleres se graduaran políglotas.
Estas poderosas godarrias caroreñas establecerían las diferencias con Siquisique, Quíbor e incluso El Tocuyo, pueblos eclipsados del mapa político-social del país a partir de la tercera década del siglo XX, debido a que el pilar que sostenía a estos otros grupos sociales era su estamento militar, quienes al emigrar a otras ciudades en busca de mejores oportunidades provocan el derrumbe de sus economías que estaban basadas en el café, vaciando a estos pueblos, que se desvanecieron de la historia.
En cambio en Carora, prevalecían las costumbres conservadoras con su catolicismo de masa, constituyendo un legado que apuntalaba a la sociedad al mantener férreamente sus tradiciones, desarrollando un gran arraigo con la tierra donde nacieron y no se adaptarían a la Venezuela petrolera con su transculturización de estilo norteamericano, evitando por esto su total dispersión. Aun hoy, los domingos caroreños están marcados por la salida a la misa y al club social Torres donde los asistentes, mayormente descendientes de europeos, comparten una agradable conversación de intrigas familiares y de conspiraciones políticas, todos se conocen y saludan con el típico, ¿pariente como esta?.
Esta sociedad clasificaba al ciudadano tomando en cuenta dos parámetros, la posesión de bienes materiales y su raza blanco, indio o negro. Los blancos estaban divididos en tres clases sociales: los europeos ricos terratenientes, los americanos herederos de los anteriores y por último los pobres sin poder económico, considerados blancos de orilla, eran los carpinteros, herreros, talabarteros, maestros de cantería, sastres, barberos y otros.
A partir de estas clases sociales se iniciaría el mestizaje con los indios, posteriormente al ser introducido el negro al país se originaría el mulato, luego de la cruza entre ellos surgirían los pardos, predominando en la población venezolana.  
A los indios se les empleaban para cultivar la tierra y criar ganado pero no eran esclavos, pagándoles por su trabajo aunque en menor cuantía, gozaban de algunos beneficios al estar protegidos por las Leyes de Indias entre los que se contaba la propiedad de sus tierras a través de los Resguardos Indígenas, no sucediendo igual con los negros que ocuparon el extremo de la sociedad como esclavos sin derechos y totalmente menospreciados tanto por los blancos como por los indígenas.
Los blancos españoles con sus descendientes eran la clase dominante, dueños de las inmensas tierras, del poder político y miembros de las poderosas cofradías. Cuando emerge la burguesía comercial, blancos que habían prosperado con los negocios derivados de la guerra, se integrarían a los ricos de cuna por la necesidad de proteger sus prebendas, manteniendo el poder hegemónico a través del partido conservador.
En la sociedad caroreña existía una rígida relación vertical, llegando a extremos como el de despreciar a la Virgen de Chiquinquirá de Aregue por ser la Virgen morena o india, en cambio a San Jorge, su patrono, era considerado de abolengo, venerado en la iglesia de San Juan Bautista sin mezclarse con los mestizos y mulatos para quienes estaba la capilla de El Calvario y la iglesia de Aregue, fenómeno discriminatorio a pesar de su preponderante mentalidad católica, su fe no era tal que les permitiera superar las diferencias de clases y razas, arrastrando en esto hasta los Santos y las iglesias. Esto llegaba incluso al clero, observándose que en las ciudades predominaban los conservadores y en los pueblos doctrineros, los amarillos o liberales como el caso del cura de Aregue, Domingo Vicente Oropeza, mal vistos por la rancia sociedad caroreña. Esta división daría origen a las tragedias de los hermanos Aguinagalde, de ideas liberales, que contrariaban los intereses de las acaudaladas cofradías caroreñas, Martín quien fuera gobernador de Barquisimeto y asesinado en un bar junto a su escolta por propiciar la abolición de la esclavitud de los negros, según comentarios de la época, dicho complot fue organizado por un sacerdote de ideas conservadoras, y el otro Aguinagalde sería el fraile Ildefonso expulsado de Carora por defender a los indios Castro de la expropiación ilegal de sus tierras por parte de los poderosos terratenientes.
Los pueblos doctrineros de Río Tocuyo y Siquisique eran menos clasista, mantenían una relación horizontal entre sus pobladores permitiendo una vida algo más relajada, por eso vemos como prosperan Generales descendientes de indios con una gran influencia en el país, incluso estuvieron bajo el mando directo del Libertador y de diferentes Presidentes. Aquí los mantuanos aceptaban de mejor grado al mestizo, sin embargo siempre quedaba algún resquemor en lo más profundo de su ser.
Bartola crece en esta sociedad de fuertes creencias religiosa donde el acontecer cotidiano se centraba alrededor del ceremonial religioso copando casi todo el calendario anual, sus contradicciones entre caridad cristiana y exclusión social, en la cual las buenas costumbres además de las obligaciones junto a la pureza de sangre marcan esta generación.
Este mundo de secretos ocultos para guardar las apariencias la mantienen social e intelectualmente prisionera, por lo que visitaba con frecuencia las riberas del Río Tocuyo, paraje que la seducía por su cautivadora belleza, sintiendo consuelo a su soledad, allí meditaba sobre las cosas que la agobiaban, de ser una Nieto pero sin derecho al apellido, que la mujer a quien había visto como de la servidumbre era realmente su madre y además indígena, manchándola con su sangre.
También empezaba a entender el por qué algunos hombres de su familia le susurraban al oído palabras que no eran apropiadas para una señorita de su clase y que le despertaban sentimientos contradictorios, por un lado el halago a su belleza que le agradaba pero por otro se percataba que a sus primas no se las decían por ser consideradas una falta de respeto, lo que la incomodaba sintiendo que algo en ella la hacía culpable, vejándola en lo profundo de su ser. Debido a esto, gran parte de su vida, perseguiría subsanar la brecha de su origen mestizo, obtener una cabida plena en su familia.
Era inteligente, sagaz y ambiciosa, cualidades con las que lograría sus propósitos, no imaginaba la vorágine que estaba por venir.


Iglesia parroquial de Carora

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