La vida de Bartola estaría signada por una serie de acontecimientos violentos que comenzarían en 1856, debido a las apetencias que despertaba la posesión del fértil valle de Río Tocuyo, muy codiciadas por los señores caroreños. Habiéndose generado una escasez de las tierras por estar repartidas entre los descendientes locales desde hacía más de 100 años, quedando las pertenecientes a los indígenas entre los que se contaban el grupo de los Castro, dueños ancestrales gracias a los Resguardos Indígenas otorgados por la Corona Española, reconocido como una concesión legítima, lo cual origina una pugna que abarcaba varias décadas, desde la muerte del Indio Reyes Vargas, quienes en defensa de sus derechos se habían enfrentado con los Álvarez, por lo que fueron considerados como peligrosos, catalogando los godos a Río Tocuyo como una “tierra malhadada”.
Los godos o conservadores, figurando de manera relevante el General Froilán Álvarez, intentan otra vez arrebatarles de manera violenta las tierras a estos pobladores, desconociendo el derecho de propiedad. Al enterarse de este plan el Fraile Ildefonso Aguinagalde, párroco de Carora, de ideas liberales, quien debido a la enemistad existente entre los Aguinagalde con los Álvarez por pretender ambas familias la supremacía del poder total tanto económica, como militar y religiosa, se opone ferozmente, tomando partido a favor de los indígenas, logrando bloquearlos en sus intenciones. En venganza, los Álvarez propician su expulsión a Caracas y lo hacen de manera humillante montándolo en un asno sentado al revés, originando la “maldición del fraile” que les profirió por varias generaciones, a su salida de Carora en 1859.
Esta nueva disputa agravaría aun mas las diferencias políticas existentes con el grupo de los Castros, centro del torbellino de odios desde entonces, por lo que Juana Bautista trata de mantener a su hija alejada de este conflicto ya estaba siendo criada como mantuana, además que sus antepasados indígenas habían cedido a su padre blanco, algunos derechos de explotación de estas tierras.
Bartola, celebraría su décimo cumpleaños en los albores de la Guerra Federal iniciado en Coro, lucha armada entre liberales y conservadores, posteriormente generalizada a todo el país, conocida como Guerra Larga por la duración de 5 años. En estos tiempos todas las "Revoluciones" empezaban en los hoy conocidos Estados Falcón y Lara, eje geopolítico de vital importancia por su economía, abarcando a Río Tocuyo por estar situado en una encrucijada, involucrando a sus pobladores. Este conflicto se debió a que los conservadores se oponían a modificar el orden social establecido desde la Colonia, permaneciendo prácticamente invariable a pesar de la guerra de independencia, propiciando el nacimiento del partido liberal, conocidos como federalistas ya que la autonomía de las provincias eran su principal bandera de lucha política, exigiendo además el fin de las desigualdades sociales proclamando los ideales de libertad. Esto colocaba al pueblo contra los conservadores quienes eran los poderosos terratenientes propietarios de los grandes hatos ganaderos o latifundios, cuya eliminación era usado como una poderosa arma de propaganda política.
Un día de finales de enero de 1859, el sonido de los cascos de las bestias irrumpen en la pacifica rutina del pueblo, al escucharlos Bartola sale de su casa corriendo como un huracán, detrás va su nana Juana Bautista llamándola ansiosamente: niña Bartola regrese aquí, esa no son cosas de mujeres, además acaba de comulgar y carga a Dios adentro. Haciendo caso omiso logra escabullirse entre la multitud para ver a los arrieros que entran a la plaza trayendo la noticia del desembarco en La Vela de Coro, acaecido el 22 de ese mes, de Ezequiel Zamora proveniente de Curazao. El alborozo es grande al conocerse que el general León Colina, conocido líder coreano, en conjunto con el recién llegado están organizando la toma de Siquisique, necesitan hombres y sobran los voluntarios.
Llegaría el federalismo impulsando al decaído movimiento liberal, anulado hacía 11 años cuando los sucesos del fusilamiento de 1848, identificados con el color amarillo que ondearía en banderas en el país por 30 años despertando en Bartola la pasión por la política.
Desde ese momento Río Tocuyo se transformaría en un hervidero de pasiones integrándose inmediatamente sus pobladores a este ejército, jugando un rol protagónico las indiadas de estas regiones, apoyados con armas y pertrechos traídos por los revolucionarios. A ellos se les incorporan algunos conservadores caroreños como los Generales Froilán Álvarez U, Juan Evangelista Bracho y Juan Agustín Pérez, quienes al ver el inminente triunfo se pasan al bando liberal, no por idealismo sino por intereses económicos, estos personajes jugarían un papel fatídicos en el devenir de la vida de Bartola.
Meses después a mediados de 1859, los riotocuyenses junto a la joven que a pesar de su corta edad sentía mucho interés por estos acontecimientos, no era de extrañar pues el pueblo donde había nacido estaba al tanto de las intrigas ocurridas en el país, se enteran del desembarco del General Juan Crisóstomo Falcón en las playas de Palma Sola, estado Carabobo, procedente igualmente de Curazao, viene acompañado por un grupo de destacados venezolanos integrados por el comandante y culto joven Antonio Guzmán Blanco, por Joaquín Crespo un adolescente formado al servicio de estos militares, lideres junto a Zamora de esta insurrección.
Según los rumores y cartas llegadas siguieron rumbo a la ciudad de Barquisimeto para tomarla, efectuándose el 3 de septiembre, suscitando una gran manifestación de júbilo en Río Tocuyo, vislumbraban por fin el derrocamiento de los conservadores, quienes habían retomado Siquisique al mando de los paecistas hermanos Torrellas, desalojando a los indios alzados a favor de la federación al aprovechar la ausencia de Zamora quien se encontraba luchando en los Llanos junto a su tropa. Al llegar a la ciudad de Barquisimeto, los revolucionarios se enteran de la pérdida de esta vital plaza, por lo que Falcón decide partir de inmediato, era un primero de octubre de 1859, en el recorrido pasarían por Río Tocuyo, llegando el 3 de ese mismo mes, deteniéndose para abastecerse y alimentar a la tropa teniendo la oportunidad Bartola de ver a estos tres imponentes hombres a caballo, cuya gallardía impresionarían su mente juvenil. El destacamento seguiría camino alcanzando en pocas horas a las riberas del Río Tocuyo, que estaba crecido constituyendo un gran inconveniente para la avanzada de la tropa. Pero Falcón habiéndose quedado en la retaguardia, enterado de lo que acontece, ordena a sus hombres cruzarlo de cualquier modo, obedeciendo las instrucciones, el primer Batallón lo franquea por el conocido paso de La Aduana, único sitio menos profundo por donde se podía vadear el río, cayendo herido en este intento su comandante, debido a que los hermanos Torrellas tenían montado en el Cerro de los Balcones, situado del otro lado, un cañón apuntando al estratégico lugar, quedando expuestos a tiro, por lo que los primeros hombres fueron diezmados, a pesar de los muertos, otros lograron pasar. Cuando el General Juan Crisóstomo Falcón alcanza las riberas del río, la batalla había comenzado, viéndose obligado a lanzarse a la crecida montado sobre el nervioso animal que se resiste ante el peligro de ser cubierto por las aguas, el hombre lo espolea mientras lo anima gritándole: arre, arre caballo! conduciéndolo firmemente con las riendas, saltan sobre los cadáveres que flotan en las aguas teñidas de rojo por la sangre de estos valientes, logrando finalmente cruzar, retoma el mando dirigiendo el combate personalmente, única forma de mantener el respeto de sus hombres.
Los federales obtienen la victoria quedando el campo de batalla cubierto de heridos y muertos de ambos bandos. Caen prisioneros los hermanos Torrellas, varios oficiales y gran número de soldados junto al equipo de guerra con excepción del Cañón, que ante la inminente derrota rodaron por el cerro hundiéndose en las aguas, en un sitio que llaman las Peñas, donde se dice que todavía debe estar.
Los federales obtienen la victoria quedando el campo de batalla cubierto de heridos y muertos de ambos bandos. Caen prisioneros los hermanos Torrellas, varios oficiales y gran número de soldados junto al equipo de guerra con excepción del Cañón, que ante la inminente derrota rodaron por el cerro hundiéndose en las aguas, en un sitio que llaman las Peñas, donde se dice que todavía debe estar.
Este enfrentamiento duro desde las 5 de la tarde hasta las 7 de la noche de ese día 3 de octubre, a pesar de que los conservadores no eran sino 400 hombres, resistieron las 2 horas del combate, finalmente tuvieron que capitular debido a la superioridad abrumadora de los revolucionarios. Después de un descanso de 4 días, el General Falcón sale con destino a Coro, su ciudad natal donde acamparía, dejando órdenes de conducir a Barquisimeto a los hermanos Torrellas, con todas las consideraciones que ameritaban aquellos aguerridos soldados, conducta gallarda muy propia de estos tiempos.
Bartola veía pasar al tropel de hombres a caballo, entre los cuales estaban sus parientes, surgiendo repentinamente envueltos, como algo mágico, en una nube de dorados cristales de polvo, rodeados de una fama legendaria, armados con machetes y máuseres o arcabuces de un solo tiro con bayoneta, sus pechos cruzados con dos cinturones de cuero donde llevaban doce pequeños depósitos de madera, con la medida de pólvora necesaria para la carga de la recámara y colgando de su cintura una bolsa de cuero con 12 balas respectivas. Esta cantidad era suficiente, a pesar de la baja frecuencia de disparo de este tipo de arma. por cada tiro era obligatorio recargar de pólvora al máuser, realizado por el tubo del cañón, colocando luego la bala y empujándola hasta el fondo, esta arma fue de gran letalidad, aumentando significativamente las bajas debido a que las luchas eran frontales sin cubrirse.
Ella manejaría diestramente los máuseres gracias a sus parientes soldados a quienes perseguía tenazmente hasta obligarlos a dejarla disparar secretamente, ya que, a las mantuanas no les estaba permitido participar en las luchas armadas, esta experiencia le daría una idea diferente del significado de la política, participando activamente en las pugnas de los rojos, los azules y los amarillos.
El asesinato de Zamora ocurrida en San Carlos al año siguiente, acarrea un descalabro en las filas de los federales, la cual es utilizada por el gobierno para proclamar a Páez como dictador. Ante los acontecimientos, Falcón encontrándose en Coro atraviesa las serranías de Parupáno, acompañado del General Víctor Rodríguez, su intención era atacar nuevamente a Siquisique. Al llegar al caserío La Unión, a pocos kilómetros de Aguada Grande, se encontrarían sorpresivamente con las fuerzas oficialistas al mando del comandante José María Álvarez, al ser derrotados, huyen, son perseguidos por los federales sin lograr ser alcanzarlos pues el río estaba otra vez crecido, impedidos de pasarlo pues los del gobierno habían dejado el lanchón del otro lado, además vadearlo a caballo era imposible por lo profundo, siendo por esto obligados a regresar a Churuguara. Allí le escribiría a Páez, proponiéndole una entrevista con el fin de suspender las hostilidades, realizándose en las Sabanas de Carabobo, sin lograr un acuerdo, comienzan de nuevo las hostilidades en 1862. Finalmente Juan Crisóstomo Falcón logra vencer, llegando al poder un año después.
Estos fueron los primeros enfrentamientos militares entre las tendencias conservadoras y las liberales en la Venezuela del siglo XIX, donde participaron Matías Salazar, Hermenegildo Zavarce y Francisco Linares Alcántara, protagonistas del mundo tricolor de Bartola, quien no le temía a las cosas pueriles que a las otras damas asustaban como los actos de guerra que implicaba matar, sería tropera equivalente femenino de soldado, además participarí
a en la atención de los heridos, la sangre no la espantaba, nadie podría doblegarla, por esto fue considerada una mujer de hierro, una especie de Doña Barbará pero de corazón noble y de gran caridad cristiana.
Después de la Guerra Federal, el país esta arruinado, hundido en una grave crisis económica, iniciándose en 1866 otro alzamiento protagonizada por los “azules" una coalición que obligarían al Presidente Falcón a retirarse a su hacienda en Coro. Esta nueva alianza de conservadores y liberales, logran derrocarlo dos años después. A partir de estas fechas los godos asumen como distintivo político este color y los liberales el amarillo.
Juan Crisóstomo Falcón al mando.
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