sábado, 16 de octubre de 2021

Las Clarisas Capítulo V Tercia

             Nuevamente el campanario repiquetea insistentemente.  La anciana abadesa es descubierta encerrada en precarias condiciones, hablaba claramente y lo que contaría sería escalofriante, simultaneo se conocería otra tragedia, murió el Obispo, se rumoreaba que lo mataron, una sombra de suspicacia cubre a Villafranca y a Santa Ángelus Dominius.

Todo comenzaría cuando la Hermana Berta, cuya devoción por la Hermana Isabel se transformaría en odio por una conversación que escucharía entre Consuelo y la Abadesa mientras degustaban aquel vino litúrgico, en la cual esta última se burlaba de la fisgona por ser tan sumisa e ingenua como para prestarse a colocarle la costosa tiara de la Virgen en el claustro de Raquel, arrojando serias dudas sobre su honorabilidad, su bien más preciado.

Berta era una entremetida que estaba en todas lados, principalmente donde ocurría un escándalo, era una obsesión, su fuente de placer pues al conocer las bajezas de los demás, de alguna manera le servía para satisfacer sus resentimientos, sentirse igual o superior, sin embargo esto no impedía que fuera una gran colaboradora y más si se trataba de ocultar un hecho bochornoso o un pecado. Y eso sobraba en Santa Ángelus Dominius.  

En voz baja murmuraban que en las noches espantaban, se escuchaban ruidos por sus pasillos, objetos que eran arrastrados tenebrosamente, pasos apresurados y rápidos, vapores que salían de la cocina, alaridos de dolor. En el día no faltaba una trabajadora que diera una explicación para lo sucedido, historias que buscaban ocultar la realidad de lo que ocurría en la obscuridad.  . 

La verdad era que a veces de noche trabajaban más que de día, uno de los casos más frecuentes eran los partos de las Hermanas cuyos abultados vientres simulaban debajo de sus hábitos, al llegar la hora debían atenderlas ellas, habían aprendido a ser comadronas ante tanta demanda de este básico servicio, así que al caer el sol la cocina era un tumulto de actividades clandestinas, agua hirviendo en los humeantes fogones, sabanas lavadas bajo la luz de la luna para ocultar sus rojas desvergüenza, misteriosamente amanecían colgando en los tendederos a una hora que no era lo usual para lavar, esto debía ser clandestino a pesar de ser los embarazos un secreto a voces, pero en aquella hipócrita congregación debía aparentarse que nadie sabía del suceso, era la cúspide del máximo disimulo, de la alcahuetería en todo su esplendor, hasta los frailes estaban al tanto pues debían llegar en medio de la noche para llevarse las pruebas del pecado  compartido. 

En todo está parafernalia participaba esta colaboradora monja que misteriosamente no se le conocían pecado solo su afición por conocer todo lo acontecido a las Hermanas, en lo cual era muy eficiente, los oscuros rincones eran su lugar de estancia para efectuar esta tarea.

Durante un tiempo Berta había sido la mano derecha de Isabel, una fuente de información, sus ojos y oídos, pero entonces apareció en el escenario Raquel, culta, extremadamente organizada, conocedora de las normas, reglas y leyes, por lo tanto una excelente colaboradora.

Raquel desbanca a Berta como segunda al mando, accionando un sentimiento de profundo resentimiento por lo que comienza a conspirar para recuperar su lugar, al encontrar las sandalias vería una oportunidad de lograr su objetivo, pero la estrategia fracasa.

Entonces ocurre que la delgada Hermana ante la inminente caída de Isabel,  se aleja de ella, comenzando a traicionarla, ya no le era útil para sus propósitos, además la rechoncha Velo Negro no era de la alta clase social como ella, lo cual había soportado hasta entonces para estar cerca del poder.

Isabel al percatarse de la conducta de Raquel, estando consciente de la peligrosidad de esta enemistad por ser altamente inteligente y conocedora de sus secretos, capaz de perjudicarla en sus aspiraciones, decide utilizar la obsesión de Berta por destruir el prestigio de la puntillosa Hermana. Urde su plan, conociendo el punto débil de la entrometida, la halaga haciéndole pensar que es nuevamente su favorita, entonces le solicita un servicio que debe ejecutar en total secreto, la intriga de la tiara. Lo que no estaba por saber en ese momento era que esta mala acción se devolvería en su contra, tal cual bumerang la golpearía en su centro de poder.

Al obedecer Berta la orden por esas casualidades del destino, descubre el oculto misterio en el claustro celado, la anciana Abadesa estaba secuestrada por Isabel. Le parecía inaudito, nunca la creyó capaz de tanto. Decide no participarle que conoce su secreto y esto le proporcionaría la ventaja en los sucesos que estaban por desarrollarse.

Cuando finalmente la fisgona cae en cuenta que ha sido manipulada por Isabel, resuelve vengarse de ella, desenmascararla en todo su horror, conocía la totalidad de los oscuros abismos del Convento, los cuales yacían bajo su dominio, por lo que estaba al tanto de los ocultos amores entre Alicia y el joven capellán. Ese abanico de información que guardaba celosamente serviría para usarla en alguna ocasión que justificara revelarla, como lo ocurrido en aquel momento, había llegado la hora de sacarlo a la luz, para eso se valdría de la picara Hermana, le hace creer que se desahoga con ella del gravísimo descubrimiento, le dice que no sabe qué actitud tomar, las dudas la consumen, un peso que necesita compartir mientras analiza que hacer. Estaba segura que se lo contaría a David y de esta forma llegaría a conocimiento de Marco, sin verse ella involucrada. Berta no era tan ignorante como pensaba Isabel, esto vendría a confirmar que no existían enemigos chiquitos ni se debía subestimar a nadie.

Tal cual sucedería, el mensaje recorre la cadena, de Alicia viaja a David y de este al Provincial, cuya confesión es efectuada recién llegando del Convento de elegir a Raquel, por lo que con esta inesperada información se percata que tiene la oportunidad de darle la estocada definitiva a Isabel, inmediatamente se dirige a denunciarla ante la autoridad, quienes obedeciendo su imperiosa solicitud, vienen a  revisar el Convento, bajo el comando de Don Pedro, el Jefe Civil, sería la tercera vez en penetrar el claustro de Santa Ángelus aquella semana.

Este funcionario, un pusilánime que le temía a los clérigos por miedo a ser condenado al infierno, que creía en duendes capaces de secuestrar a las personas, que por doquier veía fantasma en las noches y concebía la existencia de brujas en el bosque, era fácil presa del poder del Provincial, obedecía sus órdenes ciegamente, además le debía lealtad, pues gracias a él tiene el cargo que ocupa.  

El jefe civil rodeó el Convento con una compañía de soldados, enardecidos que amenazan tumbar el portón si no lo abren, no hay nada que envalentone más a un funcionario que estar bajo el manto del poder, en este caso Marco, después de muerto el Obispo se había constituido en la máxima autoridad eclesiástica y por ende de todo el pueblo, para darle mayor relevancia cabalga imponentemente montado en un esplendoroso caballo negro el cual con gran majestuosidad ejecuta un trote lento bajo su enérgico mando, a su lado va aquel timorato hombre a quien le trasmite el valor que no poseía. Misteriosamente Monseñor, no usaba su hermoso carruaje.

Nueva revolución entre las religiosas, que vieron en este segundo abuso de fuerza un insulto a su dignidad y un ataque al libre ejercicio del derecho de sufragio que esperaban realizar, solo era necesario el arribo de la prometida presencia del Obispo para llevarla a cabo, pero desconocían su fallecimiento, causa de su tardanza y en vez de su llegada son interrumpidas abruptamente por los guardias, presenciando asombradas otra singularidad, consiguen a la anciana Abadesa que aun hablaba racionalmente, siendo rescatada, sacada en brazos, trasladada a un sanatorio donde moriría semanas después debido a sus precarias condiciones de salud y desnutrición.

Mientras tanto Isabel es detenida y encerrada bajo llave en su claustro, a pesar de lo sucedido su jerarquía era un freno para recibir un castigo más severo.

El Provincial aprovecha la confusión para entrar desesperadamente al Convento, su objetivo era informarle a Alicia que había tomado una decisión, que va a destituir del brevísimo mandato a Raquel, que realizaría una nueva elección, no existiendo más obstáculo, ella sería la Abadesa definitiva.


                                                               El  trofeo. Fotografía de NAMC 

La busca ansiosamente recorriendo los largos pasillos, cuando sorpresivamente la ve junto a David, parecían que forcejeaban por un objeto, pero de una forma muy íntima, semejaba una danza de amor, aquella escena lo paraliza.

La muerte del Obispo sería controversial, dos historias se contaban en las calles de Villafranca: tanto los curas como Su Excelencia cometían el pecado de la carne tan descaradamente que escandalizaba toda Villafranca.

Este alto religioso frecuentemente celebraba grandes bacanales, ni la Natividad era respetada, a la casa parroquial asistían, su manceba que vivía públicamente con el prelado desde hacía más de quince años, otras seis mujeres impúdicas, entre ellas una famosa corista que según las malas lenguas era de vida alegre y también las beatas de dudosa reputación de su cofradía, eran tanta sus historias de libertinajes que no alcanzaban relatar una cuando otra estaba sucediendo.

Aquella noche fatídica, tres frailes asistieron en representación del Provincial Marco quien se excusaría de no poder ir a la fiesta, nunca lo hacía, siempre esgrimía una causa diferente, tenía sus razones, evitar dar motivo de habladurías. Sin imaginarlo nadie, era el quien enviaba a las famosas coristas, una de las cuales enloquecía al Obispo, era la Mari Pérez, su cómplice amante.

En el horizonte se arremolinaban gigantescas nubes de diferentes tonalidades que resaltaban sobre un fondo grisáceo, el firmamento parecían estar apesadumbrado ante la desvergüenza de lo que estaba por acontecer. Los invitados festejaban, sin sospechar la cadeneta de acontecimientos por estallar en apenas minutos. Danzando y bebiendo a granel,  pero nadie igualaba a Su Excelencia Juan Bartolomé, levantándose la sotana al son de las polcas, zapateando rítmicamente y recitándoles coplas de doble sentido a las damas, principalmente a una, resistiendo como un mozalbete durante toda la noche, demostrándoles su vigor y destreza a las bailarinas, sin ocultar su pasión a su preferida, un veneno irresistible.

La casa parroquial estaba más alborotada que la mismísima taberna del pueblo, botellas del santo vino a medio tomar abandonadas por doquier, la cocina con sus utensilios desordenados, restos de comida regados a medio comer, la sala con los muebles desperdigados, pero lo más insolente era la agitada alcoba, desde donde escapaban, atravesando sus paredes, un impúdico concierto de quejidos y suspiros, un estridente bullicio que se escuchaba en todo el pueblo. 

En Villafranca las damas se preguntaban espantadas:  Si así eran los pastores, ¿Cómo serían las ovejas?.

   ¿Qué le pasa al Obispo?, hoy está fuera de sí, como nunca antes lo vimos.


                                                  Santa picardía. Fotografía de Internet.

No era la primera vez que el prelado se destapaba con tanto ardor, pero en ese deslumbrante ocaso dominado por una gigantesca luna, su escandalosa conducta era de presagio, algo desafortunado se cernía sobre los asistentes.

Anteriormente alguien de forma anónima, sentado en un escritorio con leonescas figuras, le había escrito al Cardenal, aparentando proceder de las recatadas damas del pueblo, quejándose sobre la desvergonzada conducta del Obispo. Paralelamente otra obispal persona, simulando resguardar el prestigio religioso de su feligresía, también le había escrito a Su Excelencia denunciando al Provincial de mantener una relación carnal con la Abadesa encargada, hasta el extremo de concebir un hijo. Otra misiva escrita en un mítico escritorio igualmente había salido rumbo al despacho de Su Excelencia, denuncia tanto al Obispo como al Provincial. Por otro lado las recatadas damas de lo más representativo de la sociedad de Villafranca también le habían dirigido una epístola al Cardenal, escandalizadas por la conducta impúdica de su Obispo, único defecto que tenía pero se estaba desbordando.

El alto representante de la Iglesia, enloquecido con aquel bombardeo de denuncias anónimas, decide contestarles a los representantes masculinos del recatado grupo de damas, únicas en identificarse en las quejas interpuestas, indicándoles con picardía: “Que vuestras mercedes tengan seguras sus mujeres y sus sirvientas, las vacas deben permanecer encerradas mientras los toros anden suelto”. Les recomiendo no preocuparse tanto, el pecador pronto será relevado del cargo, al sustituto ya se le entrego el nombramiento y está por mudarse para allá.

Debido a que Marco había ocultado la autoría de sus denuncias, simulando ser otra persona, no recibiría esta respuesta, una que tal vez hubiera cambiado el rumbo de los aciagos acontecimientos que estaban por suceder esa noche.

Se desata el torbellino, muere el Obispo, unos decían que era de tanto pecado de la carne y excesos de vino de esa noche, pero alguien vio a la bella Mari Pérez sentada en las piernas del piadoso religioso dándole a beber de una copa de vino en la cual momentos antes había vertido un misterioso polvo de un anillo que portaba en su mano izquierda mientras le preguntaba:

              ¿Estarías dispuesto a morir por mí?

A lo cual el taimado Obispo respondía melosamente:

              Si te ofreciera mi vida, la rechazarías, ¿Verdad?                

La corista no le respondía, cubría su sospechoso silencio con una  carcajada. Pero el párroco era incapaz de ver otra cosa que no fueran sus senos asomados en el balcón de su descote, o de acariciar aquellas tersas piernas perfectamente contorneadas, imposibles de cubrir por la corta y vaporosa falda de su traje, era la primera mujer que conocía que mostraba escandalosamente sus cortos botines de trenza cruzada. 


      

                                           Un veneno irresistible. Fotografía Correo de Lara

Cuando la buscaron para interrogarla por sospechas de envenenar al Obispo, la mujer había desaparecido, vecinos declararon haberla visto abordando un carruaje negro, despidiéndose lanzando besos coquetamente a todos los presentes y afirmando que viajaría a encontrarse con un conde que la esperaba para contraer nupcias. Horas después un cadáver de una mujer llevando ropa similar aparecería en el fondo de un despeñadero.   

En el Convento existían grandes diferencias entre las dos clases de monjas existentes, palpables en las labores que realizaban, tipo de claustro que ocupaban o en la calidad de la comida que ingerían, pero paulatinamente comienza a surgir otra diferencia, era la actitud, por un lado las monjas de Velo Negro estaban amargadas, furibundas, en cambio las de Velo Blanco andaban cantarinas, gozosas y con cara de satisfechas.

Progresivamente esta atmósfera de alegría recorre el lugar resaltando una marcada división en el ambiente con las frustradas Hermanas de Velo Negro, cuya aflicción se originaba en los últimos acontecimientos acaecidos que les había alterado o mejor dicho, suspendido la rutina de los “Oficios Divinos” a las que tenían derecho por su privilegiada condición social y lo cual era un alivio a su pesada carga.

Unos días después se conocería la causa de esta tan manifiesta satisfacción de las Velos Blancos que, a pesar de las penurias de las pesadas labores que debían realizar, inexplicablemente eran felices gracias a un oculto secreto.

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