jueves, 19 de junio de 2014

EL TORONAL 1926 Parte II Historias con cantos de chicharras.

Al descansar del viaje, siempre apartaba unas horas para jugar con ellas, les enseñaba a cuidar su figura compartiendo secretos de belleza como pararse derechas durante horas pegadas a una pared con los brazos abiertos en cruz, también las infaltables clase de cómo bailar la polka que según mi mama Helena era brincando un paso para atrás y otro para adelante al son de la música reproducida en el fonógrafo formando un círculo, agarradas de las manos mientras reían sin saber de qué, luego antes de dormir rezaba junto a ellas. 
En los atardeceres se reunían en el patio frontal bajo el cielo estrellado iluminado por el faro lunar en noches de plenilunio y el barullo del canto de invisibles chicharras, los más pequeños practicaban algunos juegos de la época como el escondite y las adivinanzas, mientras los adultos relataban cuentos de la fábula local como los de los duendes custodios de las nacientes de las aguas, el silbón o de fantasmas de mujeres que aparecían en los caminos de los viajeros en las noches solitarias. Pero el centro de la conversación de esta mujer eran sus andanzas por la vida, mitos e historias de viejos sucesos y acontecimientos, desconociéndose que revelaba una ínfima parte, solo lo conveniente a sus fines. Las niñas se aglomeraban impacientes en el corredor de la hacienda alrededor de una lámpara rudimentaria de Kerosén junto a su abuela, quien siempre les relataba las aventuras de sus antepasados españoles, de los sucesos vividos por ellos.
Sentadas con las piernas entrecruzadas en el suelo alrededor de su abuela a la que cariñosamente le dicen Mamatola, quien se acomoda en una silla de cuero tan negra como la noche, únicamente desgarrada por las danzantes lengüetas de luz que las iluminas, las hijas de Pancho le piden que describa nuevamente su llegada de España y sus peripecias por la ruta hasta arribar a Río Tocuyo. Mientras habla sus nietas la miran embelesadas atraídas por su intenso magnetismo, el vaivén del amuleto en su cuello provoca en ellas un trance donde solo escuchan su voz narrando su entrada al país, en un barco cuando tenía 10 años de edad junto a sus padres, en plena Guerra Federal, de los amarillos contra los rojos y azules. Gracias a esto no solo nos enteramos de las intrigas de la política tricolor del siglo XIX sino que también a través del persistente relato de Bartola conocimos las historias de dolor y dificultad que vivieron estos inmigrantes españoles llegados de tan lejos, del por qué y cómo abandonaron sus posesiones arribando a estas tierras tan lejanas.
Una vez recopilados los datos, esta era su historia: el siglo XIX fue la época del gran auge de las exploraciones marítimas y terrestres permitiendo que dos fenómenos ocurridos simultáneamente en dos mundos separados por el océano Atlántico se conjugaran. Por un lado una Venezuela con un déficit de mano de obra en un rico territorio prácticamente despoblado y por otro las Islas Canarias con una gran recesión económica, primero por la quiebra del vino consecuencia de las sucesivas guerras tanto napoleónicas como de independencia de las colonias y luego la crisis de la caída de los precios de la cochinilla, un insecto de donde se extraía el carmín un tinte natural que se utilizaba para la industria textil y cosmética del siglo XIX, que fuera desplazado por la llegada de los sintéticos, llegando el hambre a estas tierras.
Bartola contaba como sus padres debido a estas crisis quedan desempleados y conociéndose las noticias de que en Venezuela el cultivo del café estaba experimentando una gran bonanza y las tierras eran prácticamente regaladas, iniciando una corriente migratoria de familias Canarias facilitados por el gobierno venezolano, teniendo muy buena acogida por su fama de hombres laboriosos, así vemos que en los diferentes mandatos de Páez se convocaba a los canarios en exclusiva a ocupar los fértiles campos como sustitutos de los esclavos, llegando en un momento crucial. Este recurso humano donde vendrían sus padres con ella fueron orientados por familiares y vecinos que con anterioridad habían emigrado manteniendo comunicación por correo a través de la vía marítima mediante las cadenas migratorias permitiéndoles un conocimiento del país.
El hecho de su llegada de España cuando contaba diez años de edad era esencial para ella, repetido incesantemente, como un ritual para que lo guardaran en la memoria, este relato debía ser parte significativa del conocimiento de sus nietos, fundamental en sus vidas. Ella era una custodia del recuerdo de este origen en sus descendientes, tenía motivos muy importantes, razones de supervivencia, que solo comprenderíamos 120 años después de acontecidos los hechos que la impulsaron a mantener esta tradición y que fuera la de las causas de su posterior alejamiento familiar. 


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