Cada
año, cuando se acercan las lluvias, son precedidas por el canto de chicharras o
cigarras como también se les conoce, cuya serenata es un preludio al fenómeno del
niño por entrar, el macho adulto produce este sonido al frotar con sus
patas delanteras un órgano membranoso que hace la función de tambor el cual es aumentado
por unas cavidades con aire que poseen en la parte anterior de su abdomen que actúan
como potentes amplificadores, el objetivo es atraer a la hembra amante de la música,
a veces ellos han esperado por este instante adormecidos por hasta 17 años, coloquialmente se dice que: "macho que nace chicharra muere cantando" literalmente vive para cantar y muere después de hacerlo al reventar sus cavidades llenas de aire por el aumento de la presión. Este
hermoso concierto generalmente es al atardecer cuando inicia la noche, en coros sincronizados o en solitario, inundando acústicamente el entorno, existe la
creencia que anuncian la semana mayor o santa por realizarse cercano a esta,
pero no es así, es un canto de amor ¡romanticismo puro!
Resulta
que repentinamente caigo en cuenta que las lluvias comenzaron y la semana santa
esta a la vuelta de la esquina y no he escuchado el chirriar característico de
estos insectos que son puntuales como un reloj suizo ya que conlleva la urgente
necesidad del apareamiento, entonces me enfoco en localizar el canto bullicioso que despierta añoranzas de mi infancia vividos en el caserío El Turagual,
municipio Urdaneta donde nació mi madre y origen de nuestra familia, pero que
ocurre igualmente en la ciudad, acompañándome desde que tengo uso de razón y que
me atrae tal vez por ser mujer, percato que allí están pero casi inaudibles, hay
que concentrarse y localizarlas en medio de ruidos de bombas sin o con acústica para aturdir, de gases lacrimógenos, mas allá destellantes cohetones, disparos de perdigones y ráfagas de balas al aire, tanquetas amedrentando
con sus sirenas ensordecedoras y rojas arengas lanzadas por sus prepotentes altavoces,
gritos de niños asustados, llorando sin entender lo que sucede, corriendo los mas grandes o llevados en brazos los mas pequeños para ser evacuados de sus hogares bajo ataque inmisericorde, ver llegar a mis nietos de 9 y 2 años anímicamente destrozados a pedir asilo en mis brazos, fue muy duro para mi, ancianos, mujeres incluso embarazadas huyendo del efecto de
los gases pimientas, suplicando ayuda, jóvenes venezolanos desnudados ante la
vista cómplice del régimen, destrozos y saqueos hechos por ellos para criminalizar
a los demócratas de la sociedad civil.
Me
detengo a pensar y me percato que las chicharras no dejaron de cantar, es que no
se escuchan, es imposible percibirlas en medio de los gritos, huidas despavoridas, sudor y sangre desgarrador que nos rodean al estar sumergidos en una guerra asimétrica de un pueblo
desarmado contra un régimen militarista deslegitimado por su propia barbarie que
quiere imponer mediante una salvaje represión su dictadura escarlata con el único
fin de poder saquear el tesoro publico impunemente. La bota militar ha opacado hasta el canto de las chicharras.
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