Estando de médico rural
por allá en la década de los 80, en Cubiro, un frío pueblito del estado Lara,
una neblinosa mañana de diciembre, llego a la emergencia de la Medicatura un
poblador de la localidad, su aspecto era el del típico agricultor de los campos
Venezolanos, enjuto, estatura media, de aspecto engañosamente envejecido,
difícil para calcular la edad, pues a veces parecen ser mayores de lo que
realmente son debido a la dureza del trabajo a la intemperie y la pobre
alimentación que ocasiona un gran desgaste físico, estaba pálido y con
dificultad para respirar. Venía acompañado de varios familiares, quienes lo
traían engalanado con su mejor ropa para ir al doctor, algo muy común en
nuestro país.
Después de examinarlo y
con el soporte técnico de Ascardio, época en que los médicos recién graduados
contábamos con un entrenamiento intensivo especializado en cardiología en esta
institución larense, de obligatorio cumplimiento previo a la designación en un
medio rural, quienes dotaban de material, fármacos y equipos como
electrocardiógrafo, oxígeno y teléfono con un audífono adaptable para que un
especialista de la institución pudiera escuchar a distancia los latidos
cardíacos del paciente en cuestión, para dar soporte en el diagnóstico. Luego
de revisar la base de datos donde estaba registrado el paciente con
antecedentes de mal de Chagas, se concluye que se trataba de una insuficiencia
cardíaca en fase terminal. Ascardio me indica que no lo refiera allá pues lo
que ellos harían era igual a lo que se disponía en aquel pueblo productor
de papas, enredado entre montañas y casi tocando el cielo, ya que contaba con
los recursos suficientes y el entrenamiento, además de la comunicación expedita
con ellos.
Decido dejarlo
hospitalizado con el tratamiento clásico de estos casos, oxigeno, diuréticos,
acostado en cama clínica en posición semi sentada, rutina médica, hasta ese
momento todo iba bien pero, entonces sucedió algo inesperado y comienza la historia de
lo que aconteció después, razón del porque titule este escrito como “El
Adivino”.
Habiéndole explicado a
los familiares del grave diagnóstico de su padre, preguntan que si se estaba
muriendo, les respondo que ahora estaba compensado y por los momentos no
será, ellos insisten que les de la fecha fatal, yo les aclaro que no puedo
responderles pues eso solo Dios lo sabe. Dejándolos en la habitación con el
paciente pensando que su presencia lo ayudaría anímicamente, me retiro a
almorzar a la casa del médico contigua a la Medicatura cuando recibo una
llamada de la enfermera para que fuera allá inmediatamente pues estaba
sucediendo una irregularidad. Al llegar encuentro al cura del pueblo dándole la
extremaunción y repartiendo las pertenencias con las cuales lo habían llevado
vestido, la mejor ropa que tenían. El cura ordenaba cual general, el reloj para
Juan, el sombrero para Pedro, la chaqueta del liquiliqui para José y así lo
iban desvistiendo poco a poco, entregando en vida la humilde herencia en
presencia de aquel dulce viejito que asistía impasible con los ojos que
saltaban de sus órbitas aterrorizado, nunca olvidare aquella mirada como
pidiéndome auxilio cuando entre a la habitación. Luego de solicitarle al
personal de guardia que sacaran al cura, a los familiares, que lo volvieran a
vestir, ponerle su reloj; me dirigí al consultorio y en privado le pregunte
intrigada al cura que hacía, su respuesta me sorprendió al decirme que el
paciente se estaba muriendo y yo como médico lo debía saber igual que él.
Yo soy médico, es cierto, respondi, pero también soy católica y como tal no me atrevo a tratar de adivinar los
designios de Dios como ud. me parece una irreverencia, una actitud soberbia al
querer demostrar un control sobre el futuro que no es cierto, así que le
agradezco Padre, que ud en la iglesia y yo en la medicatura. Para terminar esta
historia, el cura se fue molesto conmigo, nunca más volvió a visitar un enfermo
en la Medicatura mientras estuve allí, el paciente no murió ese día, ni al
otro, vivió un mes con calidad de vida, con su reloj y sombrero puestos, con la
dignidad que merecen los seres humanos.
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