viernes, 14 de agosto de 2015

Capitulo 34 Visiones dolorosas.

Bartola, parada en el centro del octograma, en la sala de El Toronal, se eleva junto a la estrella que la envuelven, doblándose cada punta sobre ella, formando una esfera protectora, muy brillante, la acompañan unas figuras lumínicas que van a su lado, la conducen a través de un ventanal del espacio-tiempo, llevándola mas atrás de la vida del Indio Reyes Vargas, hasta las vivencias del terror experimentado por los judíos sefarditas, su éxodo hasta llegar a las nuevas tierras que dio origen al mestizaje y su doloroso transito por la historia de la región donde nacería su estirpe.
Allí esta presenciando la matanza de los sefarditas en las hogueras, ve los gritos de los niños, los ancianos sacados arrastrados de sus hogares, los hombres y mujeres perseguidos por soldados con metálicas armaduras, ve la huida, única manera de salvar sus vidas y tradiciones. En un parpadeo  repentinamente aparece en la carabela que trasportaba a Cristóbal Colón junto a sus hombres, los judíos sefarditas que escapan de la muerte, cargados de misterios gnósticos y poderes ocultos de Masones y Caballeros Templarios, habían zarpado en aquella aventura para evitar el exterminio decretado por la Iglesia Católica. Los visualiza cuando están parados en la cubierta, señalando asombrados hacia el cielo iluminado por una inmensa luna, permitiéndoles ver claramente un misterioso objeto volador girando y lanzando destellos radiantes, el cual los seguía, apenas faltaban unas horas para que amaneciera y ocurriera el avistamiento de tierra firme que daría origen al descubrimiento de América en 1492. Una voz le susurra: no temas, ellos son los hermanos guardianes. Ese día, 12 de octubre, se iniciarían los conflictos que determinarían la vida de Bartola Castro, forjando su alma en el crisol del dolor.  
El descubridor del nuevo mundo, al regresar a España es llamado a aclarar lo sucedido esa noche, describiendo al fenómeno lumínico como semejante a un menorá flotando en el cielo, delatando su influencia judía, por lo que la Santa Inquisición casi lo condena a la hoguera por herejía, salvándose por intervención de los Reyes Católicos, sus protectores y financistas.
Arranca vertiginosamente siendo trasladada a un 9 de agosto de 1499, viendo a una solitaria carabela dibujarse en el horizonte del intenso azul del mar Caribe, navegando a unos 10 kilómetros por hora dejando un hipnótico rosario de blancas burbujas, espejos donde la luz del sol se esparcía escandalosamente, 40 hombres a bordo van rumbo a un paisaje virginal rematado por una desnuda costa de incandescentes arenas. Entre sus ocupantes se encontraban Américo Vespucio y Juan de La Cosa al mando del navegante Alonso de Ojeda, un español de corta de estatura, de chiva y bigote puntiagudos que le daban un aspecto quijotesco, quien ansiosamente corriendo por la cubierta en medio de una algarabía de rudos marineros, ordena: ¡Recojan velas! ¡Giren el timón a la derecha! ¡Acérquense más a la orilla!, logrando anclar el barco en las desnudas playas de suave oleaje de la Vela de Coro, península de San Román hoy de Paraguaná, al norte de Venezuela, territorio ocupado por los pacíficos Caquetíos, grandes comerciantes, abarcaban hasta las islas de Aruba, Curazao y Bonaire y durante 20.000 años habían vivido sin la presencia de culturas ajenas, con una organización social estable basada en la gallardía donde el más valiente resultaba ser el máximo líder, siempre guiados por los sabios consejos de los ancianos de la tribu, bajo el manto protector de sus espíritus ancestrales, contactados mediante estados alterados de la conciencia o trance, al igual que hacía Bartola.
Estos marineros habían partido de España impulsados por el rencor y odio contra el descubridor de América, originados por los conflictos sucedidos en diciembre de 1492 en La Española, cuando por un error del famoso navegante se hundiría la nao Santa María al calcular mal la cercanía de la costa, negándose a pagarla a su dueño de La Cosa, despertando estos oscuros sentimientos que los llevaría a buscar financiamiento de la Iglesia Católica para realizar expediciones independientes a las de Colón, conduciéndolos al hallazgo de la región centro-occidental de nuestro país, a partir de cuya fecha se iniciaría su colonización signada siempre por estas intensas pasiones, desconocidas por los indígenas.
Continúa el viaje por el tiempo, transcurriendo 23 años del desembarco de Ojeda, Bartola presencia el encuentro entre españoles e indígenas locales, debajo de un frondoso árbol de Cují cuya retorcidas y espinosas ramas proyectaban una inmensa sombra, semejando un cálido abrazo para recibirlos.
Las miradas inquisidoras se cruzan, por un lado, los recién llegados: altos, de piel blanca, algunos de ojos claros, hablando un idioma irreconocible, vestidos de forma extraña con grandes sombreros, zapatos de cuero de punta cuadrada o botas, cortos calzones abombados sobre uno largo y ajustado al cuerpo, con camisas amplias, otros con fulgurantes yelmos en sus cabezas, petos y cotas de mallas a manera de protección, llevando armas desconocidas, de gran letalidad como espadas, arcabuces, ballestas, dagas y grandes escudos. Del otro lado, los nativos descalzos y semidesnudos con plumajes en su cabeza y collares en el cuello, portando flechas envenenadas con curare para la caza y el arpón para la pesca, dejando ver su desventaja armamentística ante los visitantes, pero otra sería su debilidad: la ausencia de inmunidad para las enfermedades que los recién llegados portaban, como la viruela, nunca vista en América, originando la primera epidemia en estos territorios. Bartola los vería morir por centenares con sus cuerpos lacerados por dolorosas úlceras, la impotencia se apoderaría de su alma de curandera.
Ambos grupos mostraron su poderío; los españoles, el militar bajo el mando del conquistador Juan de Ampies y los indígenas el dominio de la naturaleza a través de su cacique Manaure quien ordenaba la lluvia o daba los frutos de las cosechas o caza y pesca abundante, considerado por esto un poderoso dios, tal era así que era transportado, recostado en una hamaca que colgaba de los hombros de sus congéneres, causando un gran asombro entre los españoles por parecer un cortesano real al mejor estilo europeo. Su código de comportamiento establecía no matar a otro de la misma casta, no negar los bienes que se le pidieran, no tomar cosas ajenas, no desear la mujer de los demás, parecidos a los dogmas católicos, facilitándole su asimilación a ella. 
Bartola está al lado del cacique cuando 5 años más tarde, convencería a Juan de Ampies de establecer una ciudad en su territorio para acabar con el saqueo y el tráfico de esclavos llevado a cabo por los piratas que los asolaban desde aquel primer encuentro, incluido el secuestro de su hija, localizada en Santo Domingo y devuelta por el oficial real. Una vez solicitado los permisos y  autorizado por España, un 26 de julio del año de 1527 se oficializaría la primera fundación en estos territorios, naciendo así Santa Ana de Coro, manteniéndose un tratado de paz con los indígenas y reconociéndoles a Manaure como jefe de su pueblo, debido a la amistad existente entre ambos hombres. Estos españoles trajeron consigo animales nunca antes vistos por los nativos: ovejas, cabras, cerdos, vacas y caballos. Oficialmente se inicia el poblamiento de la región centro-occidental.  Allí esta cuando el cacique corta unas ramas del cují donde se habían reunido, para elaborar la cruz con la que se oficiaría la primera misa en este territorio, celebrada por los dos frailes llegados con los conquistadores, realizada en una humilde choza de paja y hojas de palmeras, también vería el matrimonio de un hijo de Ampies con una hija de Manaure, iniciando el primer mestizaje documentado de esta región. 
Estaría presente en espíritu cuando la paz de esta primera fundación y colonización se disipó, apenas dos años posteriores, con la llegada de los representantes de los Welser, banqueros alemanes a quienes la Corona Española les concedería la Provincia de Venezuela como parte de pago de una deuda, mediante un contrato que comprendía la explotación de los recursos y administración del territorio, rompiendo el pacto realizado con los indígenas. A partir de entonces, Coro no volvería a ser el mismo poblado, se establecería una rivalidad entre españoles y alemanes dividiéndolos en dos bandos irreconciliables. Al final, los poderosos alemanes desalojarían a Juan de Ampiés junto a sus tropas, saliendo a Santo Domingo donde murió en 1533. Los nuevos dueños del poder iniciarían un cambio radical de la política asumida con los pacíficos aborígenes, esclavizándolos, decapitándolos por no obedecer una orden, a veces no era entendida, sometidos a torturas tan crueles como el empalamiento, obligando al cacique Manaure a huir a las montañas de Yaracuy donde muere, constituyendo la primera acción violenta ocurrida en la región. 
Ella seguiría el drama de otros indios, ocurrido durante la primera incursión al territorio del futuro Cantón Carora. Apenas habían transcurrido 30 años del descubrimiento de la Península de Paraguaná y 2 de la fundación de Coro cuando un corpulento e irreverente alemán de 29 años, quien había traído las primeras gallinas a tierra firme, llevando puesta una vestimenta metálica que lanzaba destellos brillantes bajo el inclemente sol, cabalgando sobre un brioso caballo de musculatura temblorosa y corcoveo inquieto, denotando el nerviosismo del momento, da la orden de la partida, sentando las bases para los posteriores poblamientos marcando un antes y un después para esta región venezolana. Esta travesía se iniciaría una soleada mañana del 12 de septiembre en Santa Ana de Coro, saldrían 16 jinetes, uno de ellos de barba y bigotes rojizos, tan ansioso como el animal que monta, deja escuchar su potente voz: ¡marchen¡ es Nicolás de Federmann, conocido como barba roja, siendo obedecido inmediatamente por la tropa bajo su mando.
Lo acompañan 110 infantes y 100 indios Caquetíos, baqueanos de la zona cargando los enseres, van a pie junto a un religioso de nombre Fray Vicente Requejada causando un gran bullicio por la marcha que convulsiona a aquel pequeño poblado recién fundado, presenciando como la histórica caravana se disolvía en el horizonte envuelto en la bruma de aquel amanecer para internarse por primera vez por los sinuosos y sombríos senderos de la Sierra de San Luís que los conduciría a las serranías de Parupáno con sus cumbres rodeadas de neblina, mudos testigos del enfrentamiento entre sus moradores y estos exploradores, iniciado por el hallazgo de unos pequeños indios que despertaron la curiosidad de Federmann quien ordena darles caza, masacrando a estos antiguos pobladores, grandes guerreros, quienes resisten a pesar de su corta estatura, serían los Ayamanes. En las venas de los habitantes de esta región quedaría plasmada por siempre la semilla de estos alemanes.   
Bartola es transportada hasta 1572, quedando en medio de una humareda que cubría el cielo, apenas se podía distinguir el tumulto de hombres cayendo muertos al suelo, lanceados, decapitados, baleados, mujeres cargando en brazos a sus niños, corriendo entre sus chozas incendiadas, tratando de salvar sus vidas, a su lado pasa un español con su espada ensangrentada, es el mercenario Pedro Gordon, experto en matanzas de indígenas, presenciaba el instante del sangriento exterminio de los indios Ajaguas, amos del Valle de Sicare, futuro valle de Carora, un obstáculos insalvable por su belicosidad, habían destruido en dos oportunidades las anteriores ciudades fundadas, por lo que Juan de Salamanca aplicaría una política de “pacificación” basada en el asesinato, efectuada un día del mes de junio, logrando finalmente levantar lo que sería la “Ciudad del Portillo de Carora”. Se alcanzaría finalmente la paz y su crecimiento debido al intenso intercambio comercial con Coro y Maracaibo a través de una ruta comercial segura que se estableció desde entonces.
Al no quedar vivo ninguno de estos indígenas, corriéndose la leyenda de que se habían suicidado en masa, surge la necesidad de introducir a los Caquetíos de Coro para realizar las imprescindibles labores domesticas y de campo, su talante pacífico y don de comerciantes contribuyó al desarrollo. Habían transcurrido 22 años de los sangrientos hechos que también rodearon el nacimiento de El Tocuyo que terminó con la vida de su fundador, el español Juan de Carvajal después de ser arrastrado por un caballo hasta la Plaza Mayor donde fue ahorcado en un árbol de ceiba que todavía existe, por los delitos de usurpación de cargo y asesinato de un Welser, violando las severas leyes españolas
Conocería los años de dolor infinito, de la sangre derramada en su propia tierra, del cruel reparto y encomiendas de indios, diezmados al cazarlos brutalmente para sacarlos violentamente de sus lugares ancestrales y ser trasladados forzadamente a los sitios elegidos por los españoles para establecer las nuevas ciudades, entre ellos estarían los que llevarían los frailes Ambrosio de Baza y Luís de Obriga en 1695 al recién fundado Río Tocuyo, habían pasado 203 años desde el descubrimiento de América para que esta cadena de sucesos culminara en el momento en el cual se cruzarían en el mismo camino estos indígenas con la pareja de recién casados europeos, María Pinto de Cárdenas y Andrés Santeliz para fundirse en una sola rama, iniciando el poblamiento y la historia de este lugar, donde 154 años después nacería una mestiza que llevaría el nombre de Bartola, cargando en su sangre la conjugación de los padeceres de los judíos sefarditas y la sangrienta colonización, quien viviría en el mundo tricolor del siglo XIX, dominado por las intensas pasiones heredadas que condujeron al  asesinato del indio Reyes Vargas, un viernes santo en Carora, cuya historia se superponía a la de ella. 
Allí estaba la explicación de toda su vida, ahora comprendía lo que debía hacer.
Hogueras de la Santa Inquisición
Extraña visión en viaje del descubrimiento.





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