Bartola se pasa una mano por el rostro, sin darse cuenta se
mancha con pintura su mejilla, da un paso hacia atrás colocando el pincel en un
recipiente, observa con detenimiento el cuadro que acaba de terminar de pintar,
se sonríe ligeramente al ver el rostro del santo metamorfoseado en el de su
amante. El cura Juan Nepomuceno, único en ver su trabajo, cree que se trata del
Presidente Guzmán, no detalla la diferencia de la barba, ella deja pasar la
confusión que la deleita, son los carnavales de 1872.
Había conocido de
vista al militar Antonio Perozo en los sucesos de abril de 1870 ocurridos en
Carora donde ella participó como médico de los amarillos atendiendo los
heridos, además de la organización para acampar y alimentar a la tropa camino a
la larga lucha por derrocar al gobierno azul, que abarcaría los dos años
siguientes, a pesar que se obtuvo el triunfo militar a finales de año, persistiendo
una gran inestabilidad política, por un lado el levantamiento de José
María “el Mocho” Hernández, jefe de la resistencia militar contra la Revolución
de Abril, derrotado por el General Matías Salazar en Guama, un pueblo del
estado Yaracuy y por el otro las luchas entre los caudillos locales por el
poder, ocurridas en 1871, circunstancias que los había conducido por caminos
diferentes, durante ese lapso no se volverían a ver. Ella prácticamente lo
había olvidado, pero él no a pesar de no conocer su nombre, ni de donde era, si
acaso era soltera, soñaba con reencontrarla, le rogaba ansiosamente al hado
colocarla en su camino nuevamente.
Ese mismo año, se
presentaría una peligrosa polémica en Siquisique, debido al resultado
fraudulento anunciado en las elecciones para ocupar el cargo de Presidente del
Estado Lara, favoreciendo al General Eusebio Díaz en contra del General
Aquilino Juárez, amigo personal de Guzmán
Blanco, quien ordena movilizar un contingente militar de su
entera confianza, provenientes de diversos lugares cercanos, con el propósito
de tomar la ciudad y apresar a los integrantes de la Junta Electoral
local, uno de estos militares sería Antonio Perozo el cual acababa de regresar
a la región después de derrocar al “Mocho” Hernández y a quien asignan en esta
misión. Esta fuerza se encargaría de las nuevas elecciones, resultando escogido el
General Aquilino Juárez, regresando la paz, pero solo en apariencia pues la
conspiración continuaría.
En este relativo
periodo de calma se celebrarían en Siquisique, durante el mes de octubre,
las fiestas religiosas de San Rafael, venerado por ser sanador de los enfermos,
conocido como la “Medicina de Dios” entre los asistentes llegaría Bartola, con
la comitiva que acompañan al muy conocido presbítero de Aregue,
Domingo Vicente Oropeza, quien también era el cura auxiliar y promotor de la
construcción del templo de Baragua, ella
realizaría este viaje con motivo de colaborar en las festividades además de
identificarse con el santo pues ejercía la medicina de manera devota.
Uno de los actos
centrales era el baile de gala en honor de las tropas liberales
triunfadoras, se llevaría a cabo en un salón de una de las más descollantes
familias del pueblo, asistirían las altas personalidades en representación del
poder local. En estas fiestas del Cantón Carora, era común el popular
baile de La Bamba, propuesto
por un asistente o el mismo dueño de la casa, cuyo origen se remonta a
principios de la colonia, consistía en un intercambio de parejas al ritmo de polka, cada hombre
pagaba una moneda extra del contrato a los músicos, estaba establecido que una
bamba fuera equivalente a cinco reales. La polka era una danza de 3 pasos
laterales rápidos en pequeños saltos que cambian de sentido con un golpe de
tacón realizado al levantar la punta del pie hacia arriba, mientras el hombre
caballerosamente sostenía a la dama de las manos manteniéndose a cierta
distancia, acercándose de vez en cuando rítmicamente. En algún momento, al
oírse el aviso de ¡pare la bamba!, se detenía la música, el hombre se dirigía a
su pareja con una escogida copla, adaptado a las circunstancias, si se trataba
de una aspiración de noviazgo se seleccionaba un verso en cuarteta romántica
que la mujer contestaba de acuerdo a lo expresado y su sentir, nuevamente el
anuncio ¡que siga la bamba! se cambiaba de pareja al son musical. Bartola
disfrutaba bailando la polka, mientras lo hacía irradiaba un intenso
magnetismo, inmediatamente se convertía en el centro de atracción de las
miradas de los presentes, su porte, su ritmo, su falda danzando con ella, era
imposible ignorarla.
En esta época la
timidez del joven o el temor a los padres de las muchachas dificultaba las
oportunidades de acercamiento para conversar, incluso visitarlas en sus
hogares, por lo que ésta manifestación folclórica propiciaba el intercambio de
frases de doble sentido utilizando el contenido poético declamado para sus
intenciones de cortejo, generalmente culminaban en un compromiso para un futuro
matrimonio. Época donde todos eran habilidosos en poesías y versos. Durante
varios días los invitados disfrutaban comentando lo ocurrido en la festividad,
destacándose el comentario de las coplas de amores como también las de pique o
broma graciosa.
En el fondo de la
sala esta Antonio observando mientras se acicala su bigote, repentinamente distingue
a Bartola, tenía casi dos años pensando en ella, deseando verla otra vez pero
debido a las misiones con el ejército y al no saber quién era la mujer de sus
desvelo, había sido prácticamente imposible localizarla, por lo que en un
desesperado recurso realizaría una rogativa al famoso santo para encontrar
objetos perdidos y amores imposibles, gracias al cual su madre le había
colocado el mismo nombre, San Antonio, a quien ansioso le había pedido traerla
a su destino. Cuando sus miradas se cruzan en aquel salón, no podía creerlo, había
sido escuchado, allí estaba ella, su falda de terciopelo amarillo, en honor al
liberalismo, se abría hipnóticamente en cada giro que daba, aprovechando
uno de los cambios de pareja decide acercarse a la desconocida, "con su
permiso caballero, me permite a la dama" sin esperar respuesta inmediatamente
la toma sorpresivamente de las manos cubiertas por largos guantes negros hasta
el codo, al acercarse le susurra a su oído un poema de amor que tenía
preparado, relacionado con su don de sanadora que él conocía, logrando
despertar su curiosidad. Ella al mirarlo, lo reconoce, al tenerlo tan cerca se
da cuenta del asombroso parecido con Antonio Guzmán Blanco, del mismo nombre, al
igual que el del santo, lo diferencia la barba, mientras su admirado héroe la
llevaba muy larga a veces dividida en dos por el centro, este joven en cambio la
usaba recortada delineando su labio superior y su simétrico mentón, su rostro
invitaba a pintarlo y despertaba en ella tormentosos pensamientos. Desde el
nacimiento de su hijo no había manifestado interés en ningún caballero, su
corazón estaba sellado para el amor, dedicándose hasta ese momento
exclusivamente a la actividad política y religiosa, tal situación cambiaría a
partir de esta danza. ¿Eres casada? Pregunta audazmente Antonio, mientras la
mantiene tomada de las manos valiéndose del momento en que se acercaban el uno
al otro al danzar hacia adelante y atrás. Ella le responde algo ásperamente, no
pero tengo un hijo. Él la mira extrañado, no tanto por su respuesta como por el
tono de desagrado que nota en su voz e insiste, ¿Un hijo? Si, quede embarazada cuando los
azules me deshonraron, aclara la bailarina. El aliviado le dice, eres muy
valiente al decirme eso, gracias a Dios no eres casada. Termina la música, momento
que aprovecha ella para salir del salón, sin darse cuenta que él la sigue. ¿Me
permites acompañarte? Ella gira y realiza un ligero gesto de cortes aprobación,
su uniforme militar impartía respeto. ¿A dónde te diriges? Ella responde, “A la
casa parroquial”, mientras aprieta los labios denotando cierto malestar. ¿Qué vas
a hacer allí? Insiste el joven militar curiosamente y algo juguetón. “Estoy
alojada allí pues formo parte de la comitiva de Domingo Oropeza”. Antonio
riposta ¿El párroco Domingo Oropeza? Que increíble coincidencia, Domingo me
salvo la vida en Aregue cuando los azules casi me atrapan en una emboscada, me escondió
en la sacristía, somos amigos. Por cierto yo soy soltero, no tengo ningún compromiso
y lo sucedido con los azules no me importa, solo tú.
Ellos ya se habían visto antes, año y medio atrás en Carora,
dentro de la vorágine de la guerra, ahora en este encuentro, iniciarían
una relación, descubriendo sus afinidades gracias a su amigo en común, iniciando
un romance platónico, intenso pero breve, pues nuevamente se separarían al ser Antonio enviado a
reforzar las tropas de León Colina en el Oriente del país en la pelea
de “Caño Amarillo” en diciembre de 1871 y enero del siguiente año,
comandada por el General Joaquín Crespo, quien fuera derrotado. Gracias a este
triunfo el ya devenido en dictador Guzmán Blanco fortalece su mandato afirmando
que aquí logró acabar con los godos hasta como grupo social.
Comienza el nuevo
gobierno de corte dictatorial sometiendo a los opositores pero simultáneamente
se establece un trato entre los caudillos leales con la élite de la burguesía
mercantil dueños de firmas que tenían en sus manos el comercio exterior, una
relación entre civiles comerciantes y caudillos militares con intereses mutuos
para el enriquecimiento ilícito, así nace la corrupción en el país de la mano
del Ilustre Americano. Se registran pagos bajo la figura de comisiones de
servicios para obtener la buena voluntad de los militares, favorecidos con
estos desembolsos, otorgándoles como prebendas la ejecución de las obras
públicas decretadas por el gobierno y la importación de armas traídas de las
Antillas Holandesas, Curazao, Trinidad y Saint Thomas, siendo uno de los más
rentables negocios, así las guerras civiles se convirtieron en las mejores
oportunidades para los comerciantes. Además la política centralizadora del
autócrata a través del control de las aduanas y el manejo discrecional del
Situado Constitucional, repartiendo el erario público exclusivamente en sus
incondicionales, constituyó un mecanismo de control político. Federico Carmona Oliveros decide incorporarse
a las filas de los liberales sumándose a los seguidores de Guzmán Blanco para
poder entrar en estos florecientes mercados.
Antonio Perozo a
principios de 1872, después de la Guerra de Caño Amarillo, regresa a Río Tocuyo
a donde es asignado debido a una sospecha de una conspiración local, lo primero
que hace es buscar frenéticamente a Bartola. Unas personas le informan que se
encuentra en misa, se dirige hasta la Iglesia ubicada frente a la Plaza, se
baja del caballo y lo amarra de un árbol situado frente a la puerta del templo
donde espera que ella salga, mientras se refresca del largo viaje, al fin la
divisa mezclada entre las damas, viene conversando alegremente, trajeada con
una hermosa falda azul que arrastra ligeramente en el suelo, muy amplia
por el armador de aros de metal que marcan su pequeña cintura cayendo
sobre sus caderas, una blusa blanca de manga larga con cuello alto de encaje.
Antonio la mira intensamente, ella gira instintivamente la cabeza cubierta aun
por la mantilla, fundiéndose sus ojos, dos mundos de contrastes, el azul del
cielo y el marrón de la tierra, se encontrarían ese día.
A partir de este
reencuentro la pasión los envolvería, como era tradición en las mujeres de su
linaje, el río sería el escenario de sus cuerpos desnudos, Bartola, por primera
vez después de la violación, se dejaría arrastrar por un sentimiento
incontenible, el pasado se desdibujaría definitivamente, su cuerpo volvería a
vibrar. Antonio no queriendo perderla nuevamente, ante el pecado capital de la
lujuria consumado, le pide matrimonio. Rápidamente se realizaría el compromiso
matrimonial, en un solemne acto público realizado en la puerta de la Iglesia
con el cruce de aros y manifestando su deseo de casarse ante el Cura Parroquial
junto a los miembros de la comunidad como testigos, ese día se escogía la fecha,
hora, testigos de la boda e igualmente se iniciaban las proclamas, que
eran tres en días festivos inter-misa previos al acto, según ordenaba el Santo
Concilio de Trento, con el fin de establecer la ausencia de impedimentos. El
matrimonio debía celebrarse obligatoriamente en el poblado de origen de uno de
los novios, con la presencia de al menos de uno de los padres de los
contrayentes para dar su consentimiento, era obligatorio.
Todo transcurría
según lo pautado, pero un día descubre que estaba embarazada violando la
prohibición de las férreas normas católicas y sociales de no tener sexo previo
al matrimonio. En estos tiempos existía una figura jurídica conocido como el
“proceso de esponsales” en el cual si el novio gozaba sexualmente de la novia y
luego se negaba a casarse, se podía llevar a juicio para exigir el cumplimiento
de la palabra mediante un fallo judicial. Si se establecía la participación
involuntaria de la mujer en el acto sexual, bastaba su palabra, declarándola
incuestionablemente honesta, restaurándosele la honra, esto a veces era
suficiente para la familia de la novia que no exigía la realización del
matrimonio, la “moral” tenía sus recovecos y ambigüedades propias de esta época
donde las normas podían ser trucadas por el poder.
Una hermosa mañana
de un 10 de junio de 1872 entra al templo la joven Bartola Castro, tiene 22
años, viene del brazo del padrino de la boda, en el altar está su prometido
Antonio de Jesús Perozo, esperándola junto a su madre María Gregoria Perozo.
Según la usanza de la época, ella iría con vestido de larga cola, inspirado en
los de baile del siglo XVIII. Los velos, elaborados a mano se llevaban largos y
sostenidos en la cabeza con corona de flores, cuando la ceremonia terminaba se
retiraba hacia atrás dejando el rostro descubierto. En el día de su boda, las
jóvenes con posibilidades económicas lucían dos versiones del mismo vestido:
uno más recatado con manga larga y cola para la ceremonia y otro con un corsé
escotado y sin cola para la noche, por otro lado Antonio iría con su uniforme
militar.
El cura en
propiedad Juan Nepomuceno Rivero procede al interrogatorio sobre la doctrina
cristiana, la voluntad de casarse, luego de lo cual los tomaría de las manos,
colocándolas juntas, realizando el intercambio de petición matrimonial y su
aceptación, lo atestiguan ambas madres, asimismo los padrinos Francisco
Brizuela y Francisca Olivero, pertenecientes a la feligresía, se bendicen los
anillos, se entrega simbólicamente la dote por parte de los familiares de la
novia. Durante la misa se recibieron las bendiciones nupciales, se confesaron y
comulgaron frente a la feligresía.
El
acto religioso se realizó según disposición del Ritual Romano, in facie ecclecsia,
término usado para indicar que se trataba de un acto público realizado en el
recinto de la iglesia y no de un matrimonio clandestino o a escondidas al
estilo de Romeo y Julieta. Aquellos que efectuaban un casamiento de este tipo
eran considerados concubinos, su consumación era una conducta escandalosa ante
la sociedad. El sacerdote que se prestara para realizarlo se exponía a graves
sanciones de la iglesia, pudiendo llegar a ser excomulgado, igualmente a los
novios se les imponía pesados pagos monetarios y el pecado cometido solo podía
ser absuelto por el Arzobispo o el Obispo. Por estas razones todo
el protocolo de formalidades debía especificarse, garantizando un correcto
cumplimiento de la norma establecida, de tratarse de un acto legítimo, pero estas
detalladas anotaciones estaban reservadas para los mantuanos que debían
conservar su nivel social, denotando este esplendido registro parroquial del
matrimonio de Bartola, un signo de poder de la pareja para ese momento, de
contar con el favor del cura en propiedad, quien conocía el oculto embarazo.
Al salir de la
Iglesia la multitud les lanzarían semillas como símbolo de fertilidad y
exclamaciones de vítores. Después los invitados asistirían a una fiesta de
esponsales con quema de pólvora, música, danza, bebidas y comida.
Vemos como el
Padre Rivero demuestra cierto beneplácito con dicho matrimonio, muy diferente
al mostrado en el registro de bautizo, explicable porque el conyugue es un
militar relacionado con el liberalismo, de la presencia de Francisco Brizuela
representante de la mantuana familia Santeliz Nieto, de la Sra. Francisca
Olivero emparentada con el General Federico Carmona Olivero, quienes le
otorgaban un posicionamiento en la clase social privilegiada, a pesar de que
Antonio Perozo no posee dos apellidos por ser hijo natural, pero es un blanco
puro que borraba este detalle. Ya existía una amistad entre Bartola y el
cura Juan Nepomuceno, se había convertido en su gran colaboradora.
El matrimonio le permite sentirse al mismo nivel de su familia
paterna, pues su marido conjugaba
el poder político y militar triunfador del momento. Un militar en el grupo
familiar significaba tener acceso a las prebendas del gobierno, permitiéndole
a Bartola igualarse a sus parientes pues ahora poseía algo que ellos valoraban
y necesitaban.
Comenzaba una nueva etapa en su
vida, el futuro se mostraba espléndido. Había logrado superar sus orígenes, el
traumático suceso de la violación, recuperado su fe y superado su falta de
formación académica, era un médico práctico de gran destreza. Como guerrera
había contribuido al triunfo de los liberales. Finalmente como mujer, había
encontrado el amor, formando una familia como lo establecían los cánones
vigentes del siglo XIX, podía dedicarse a su pasatiempo favorito con más
libertad: pintar, abandonar la conspiración y la guerra. Estaba por descubrir
que la vida no era una fórmula matemática.
Barba de Guzmán Blanco
Joven soldado
Con su permiso caballero, me permite a la dama.
Registro parroquial del matrimonio de Bartola y Antonio. Río Tocuyo 1872
Pintura de la escuela pictórica de Río Tocuyo de Santiago de Matamoros
con el supuesto rostro de Guzmán Blanco.
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