jueves, 2 de octubre de 2014

Capitulo 18 El Comandante Antonio Perozo.

Bartola se pasa una mano por el rostro, sin darse cuenta se mancha con pintura su mejilla, da un paso hacia atrás colocando el pincel en un recipiente, observa con detenimiento el cuadro que acaba de terminar de pintar, se sonríe ligeramente al ver el rostro del santo metamorfoseado en el de su amante. El cura Juan Nepomuceno, único en ver su trabajo, cree que se trata del Presidente Guzmán, no detalla la diferencia de la barba, ella deja pasar la confusión que la deleita, son los carnavales de 1872.        
Había conocido de vista al militar Antonio Perozo en los sucesos de abril de 1870 ocurridos en Carora donde ella participó como médico de los amarillos atendiendo los heridos, además de la organización para acampar y alimentar a la tropa camino a la larga lucha por derrocar al gobierno azul, que abarcaría los dos años siguientes, a pesar que se obtuvo el triunfo militar a finales de año, persistiendo una gran inestabilidad política, por un lado el levantamiento de José María “el Mocho” Hernández, jefe de la resistencia militar contra la Revolución de Abril, derrotado por el General Matías Salazar en Guama, un pueblo del estado Yaracuy y por el otro las luchas entre los caudillos locales por el poder, ocurridas en 1871, circunstancias que los había conducido por caminos diferentes, durante ese lapso no se volverían a ver. Ella prácticamente lo había olvidado, pero él no a pesar de no conocer su nombre, ni de donde era, si acaso era soltera, soñaba con reencontrarla, le rogaba ansiosamente al hado colocarla en su camino nuevamente.
Ese mismo año, se presentaría una peligrosa polémica en Siquisique, debido al resultado fraudulento anunciado en las elecciones para ocupar el cargo de Presidente del Estado Lara, favoreciendo al General Eusebio Díaz en contra del General Aquilino Juárez, amigo personal de Guzmán Blanco, quien ordena movilizar un contingente militar de su entera confianza, provenientes de diversos lugares cercanos, con el propósito de tomar la ciudad y apresar a los integrantes de la Junta Electoral local, uno de estos militares sería Antonio Perozo el cual acababa de regresar a la región después de derrocar al “Mocho” Hernández y a quien asignan en esta misión. Esta fuerza se encargaría de las nuevas elecciones, resultando escogido el General Aquilino Juárez, regresando la paz, pero solo en apariencia pues la conspiración continuaría.
En este relativo periodo de calma se celebrarían en  Siquisique, durante el mes de octubre, las fiestas religiosas de San Rafael, venerado por ser sanador de los enfermos, conocido como la “Medicina de Dios” entre los asistentes llegaría Bartola, con la comitiva que acompañan al muy conocido presbítero de Aregue, Domingo Vicente Oropeza, quien también era el cura auxiliar y promotor de la construcción del templo de Baragua, ella realizaría este viaje con motivo de colaborar en las festividades además de identificarse con el santo pues ejercía la medicina de manera devota.
Uno de los actos centrales era el baile de gala en honor de las tropas liberales triunfadoras, se llevaría a cabo en un salón de una de las más descollantes familias del pueblo, asistirían las altas personalidades en representación del poder local. En estas fiestas del Cantón Carora, era común el popular baile de La Bamba, propuesto por un asistente o el mismo dueño de la casa, cuyo origen se remonta a principios de la colonia, consistía en un intercambio de parejas al ritmo de polka, cada hombre pagaba una moneda extra del contrato a los músicos, estaba establecido que una bamba fuera equivalente a cinco reales. La polka era una danza de 3 pasos laterales rápidos en pequeños saltos que cambian de sentido con un golpe de tacón realizado al levantar la punta del pie hacia arriba, mientras el hombre caballerosamente sostenía a la dama de las manos manteniéndose a cierta distancia, acercándose de vez en cuando rítmicamente. En algún momento, al oírse el aviso de ¡pare la bamba!, se detenía la música, el hombre se dirigía a su pareja con una escogida copla, adaptado a las circunstancias, si se trataba de una aspiración de noviazgo se seleccionaba un verso en cuarteta romántica que la mujer contestaba de acuerdo a lo expresado y su sentir, nuevamente el anuncio ¡que siga la bamba! se cambiaba de pareja al son musical. Bartola disfrutaba bailando la polka, mientras lo hacía irradiaba un intenso magnetismo, inmediatamente se convertía en el centro de atracción de las miradas de los presentes, su porte, su ritmo, su falda danzando con ella, era imposible ignorarla. 
En esta época la timidez del joven o el temor a los padres de las muchachas dificultaba las oportunidades de acercamiento para conversar, incluso visitarlas en sus hogares, por lo que ésta manifestación folclórica propiciaba el intercambio de frases de doble sentido utilizando el contenido poético declamado para sus intenciones de cortejo, generalmente culminaban en un compromiso para un futuro matrimonio. Época donde todos eran habilidosos en poesías y versos. Durante varios días los invitados disfrutaban comentando lo ocurrido en la festividad, destacándose el comentario de las coplas de amores como también las de pique o broma graciosa.
En el fondo de la sala esta Antonio observando mientras se acicala su bigote, repentinamente distingue a Bartola, tenía casi dos años pensando en ella, deseando verla otra vez pero debido a las misiones con el ejército y al no saber quién era la mujer de sus desvelo, había sido prácticamente imposible localizarla, por lo que en un desesperado recurso realizaría una rogativa al famoso santo para encontrar objetos perdidos y amores imposibles, gracias al cual su madre le había colocado el mismo nombre, San Antonio, a quien ansioso le había pedido traerla a su destino. Cuando sus miradas se cruzan en aquel salón, no podía creerlo, había sido escuchado, allí estaba ella, su falda de terciopelo amarillo, en honor al liberalismo, se abría hipnóticamente en cada giro que daba, aprovechando uno de los cambios de pareja decide  acercarse a la desconocida, "con su permiso caballero, me permite a la dama" sin esperar respuesta inmediatamente la toma sorpresivamente de las manos cubiertas por largos guantes negros hasta el codo, al acercarse le susurra a su oído un poema de amor que tenía preparado, relacionado con su don de sanadora que él conocía, logrando despertar su curiosidad. Ella al mirarlo, lo reconoce, al tenerlo tan cerca se da cuenta del asombroso parecido con Antonio Guzmán Blanco, del mismo nombre, al igual que el del santo, lo diferencia la barba, mientras su admirado héroe la llevaba muy larga a veces dividida en dos por el centro, este joven en cambio la usaba recortada delineando su labio superior y su simétrico mentón, su rostro invitaba a pintarlo y despertaba en ella tormentosos pensamientos. Desde el nacimiento de su hijo no había manifestado interés en ningún caballero, su corazón estaba sellado para el amor, dedicándose hasta ese momento exclusivamente a la actividad política y religiosa, tal situación cambiaría a partir de esta danza. ¿Eres casada? Pregunta audazmente Antonio, mientras la mantiene tomada de las manos valiéndose del momento en que se acercaban el uno al otro al danzar hacia adelante y atrás. Ella le responde algo ásperamente, no pero tengo un hijo. Él la mira extrañado, no tanto por su respuesta como por el tono de desagrado que nota en su voz e insiste,  ¿Un hijo? Si, quede embarazada cuando los azules me deshonraron, aclara la bailarina. El aliviado le dice, eres muy valiente al decirme eso, gracias a Dios no eres casada. Termina la música, momento que aprovecha ella para salir del salón, sin darse cuenta que él la sigue. ¿Me permites acompañarte? Ella gira y realiza un ligero gesto de cortes aprobación, su uniforme militar impartía respeto. ¿A dónde te diriges? Ella responde, “A la casa parroquial”, mientras aprieta los labios denotando cierto malestar. ¿Qué vas a hacer allí? Insiste el joven militar curiosamente y algo juguetón. “Estoy alojada allí pues formo parte de la comitiva de Domingo Oropeza”. Antonio riposta ¿El párroco Domingo Oropeza? Que increíble coincidencia, Domingo me salvo la vida en Aregue cuando los azules casi me atrapan en una emboscada, me escondió en la sacristía, somos amigos. Por cierto yo soy soltero, no tengo ningún compromiso y lo sucedido con los azules no me importa, solo tú.          
Ellos ya se habían visto antes, año y medio atrás en Carora, dentro de la vorágine de la guerra, ahora en este encuentro, iniciarían una relación, descubriendo sus afinidades gracias a su amigo en común, iniciando un romance platónico, intenso pero breve, pues nuevamente se separarían al ser Antonio enviado a reforzar las tropas de León Colina en el Oriente del país en la pelea de “Caño Amarillo” en diciembre de 1871 y enero del siguiente año, comandada por el General Joaquín Crespo, quien fuera derrotado. Gracias a este triunfo el ya devenido en dictador Guzmán Blanco fortalece su mandato afirmando que aquí logró acabar con los godos hasta como grupo social.
Comienza el nuevo gobierno de corte dictatorial sometiendo a los opositores pero simultáneamente se establece un trato entre los caudillos leales con la élite de la burguesía mercantil dueños de firmas que tenían en sus manos el comercio exterior, una relación entre civiles comerciantes y caudillos militares con intereses mutuos para el enriquecimiento ilícito, así nace la corrupción en el país de la mano del Ilustre Americano. Se registran pagos bajo la figura de comisiones de servicios para obtener la buena voluntad de los militares, favorecidos con estos desembolsos, otorgándoles como prebendas la ejecución de las obras públicas decretadas por el gobierno y la importación de armas traídas de las Antillas Holandesas, Curazao, Trinidad y Saint Thomas, siendo uno de los más rentables negocios, así las guerras civiles se convirtieron en las mejores oportunidades para los comerciantes. Además la política centralizadora del autócrata a través del control de las aduanas y el manejo discrecional del Situado Constitucional, repartiendo el erario público exclusivamente en sus incondicionales, constituyó un mecanismo de control políticoFederico Carmona Oliveros decide incorporarse a las filas de los liberales sumándose a los seguidores de Guzmán Blanco para poder entrar en estos florecientes mercados.
Antonio Perozo a principios de 1872, después de la Guerra de Caño Amarillo, regresa a Río Tocuyo a donde es asignado debido a una sospecha de una conspiración local, lo primero que hace es buscar frenéticamente a Bartola. Unas personas le informan que se encuentra en misa, se dirige hasta la Iglesia ubicada frente a la Plaza, se baja del caballo y lo amarra de un árbol situado frente a la puerta del templo donde espera que ella salga, mientras se refresca del largo viaje, al fin la divisa mezclada entre las damas, viene conversando alegremente, trajeada con una hermosa falda azul que arrastra ligeramente en el suelo, muy amplia por el armador de aros de metal que marcan su pequeña cintura cayendo sobre sus caderas, una blusa blanca de manga larga con cuello alto de encaje. Antonio la mira intensamente, ella gira instintivamente la cabeza cubierta aun por la mantilla, fundiéndose sus ojos, dos mundos de contrastes, el azul del cielo y el marrón de la tierra, se encontrarían ese día.
A partir de este reencuentro la pasión los envolvería, como era tradición en las mujeres de su linaje, el río sería el escenario de sus cuerpos desnudos, Bartola, por primera vez después de la violación, se dejaría arrastrar por un sentimiento incontenible, el pasado se desdibujaría definitivamente, su cuerpo volvería a vibrar. Antonio no queriendo perderla nuevamente, ante el pecado capital de la lujuria consumado, le pide matrimonio. Rápidamente se realizaría el compromiso matrimonial, en un solemne acto público realizado en la puerta de la Iglesia con el cruce de aros y manifestando su deseo de casarse ante el Cura Parroquial junto a los miembros de la comunidad como testigos, ese día se escogía la fecha, hora, testigos de la boda e igualmente se iniciaban las proclamas, que eran tres en días festivos inter-misa previos al acto, según ordenaba el Santo Concilio de Trento, con el fin de establecer la ausencia de impedimentos. El matrimonio debía celebrarse obligatoriamente en el poblado de origen de uno de los novios, con la presencia de al menos de uno de los padres de los contrayentes para dar su consentimiento, era obligatorio.
Todo transcurría según lo pautado, pero un día descubre que estaba embarazada violando la prohibición de las férreas normas católicas y sociales de no tener sexo previo al matrimonio. En estos tiempos existía una figura jurídica conocido como el “proceso de esponsales” en el cual si el novio gozaba sexualmente de la novia y luego se negaba a casarse, se podía llevar a juicio para exigir el cumplimiento de la palabra mediante un fallo judicial. Si se establecía la participación involuntaria de la mujer en el acto sexual, bastaba su palabra, declarándola incuestionablemente honesta, restaurándosele la honra, esto a veces era suficiente para la familia de la novia que no exigía la realización del matrimonio, la “moral” tenía sus recovecos y ambigüedades propias de esta época donde las normas podían ser trucadas por el poder.
Una hermosa mañana de un 10 de junio de 1872 entra al templo la joven Bartola Castro, tiene 22 años, viene del brazo del padrino de la boda, en el altar está su prometido Antonio de Jesús Perozo, esperándola junto a su madre María Gregoria Perozo. Según la usanza de la época, ella iría con vestido de larga cola, inspirado en los de baile del siglo XVIII. Los velos, elaborados a mano se llevaban largos y sostenidos en la cabeza con corona de flores, cuando la ceremonia terminaba se retiraba hacia atrás dejando el rostro descubierto. En el día de su boda, las jóvenes con posibilidades económicas lucían dos versiones del mismo vestido: uno más recatado con manga larga y cola para la ceremonia y otro con un corsé escotado y sin cola para la noche, por otro lado Antonio iría con su uniforme militar.
El cura en propiedad Juan Nepomuceno Rivero procede al interrogatorio sobre la doctrina cristiana, la voluntad de casarse, luego de lo cual los tomaría de las manos, colocándolas juntas, realizando el intercambio de petición matrimonial y su aceptación, lo atestiguan ambas madres, asimismo los padrinos Francisco Brizuela y Francisca Olivero, pertenecientes a la feligresía, se bendicen los anillos, se entrega simbólicamente la dote por parte de los familiares de la novia. Durante la misa se recibieron las bendiciones nupciales, se confesaron y comulgaron frente a la feligresía. 
El acto religioso se realizó según disposición del Ritual Romano, in facie ecclecsia, término usado para indicar que se trataba de un acto público realizado en el recinto de la iglesia y no de un matrimonio clandestino o a escondidas al estilo de Romeo y Julieta. Aquellos que efectuaban un casamiento de este tipo eran considerados concubinos, su consumación era una conducta escandalosa ante la sociedad. El sacerdote que se prestara para realizarlo se exponía a graves sanciones de la iglesia, pudiendo llegar a ser excomulgado, igualmente a los novios se les imponía pesados pagos monetarios y el pecado cometido solo podía ser absuelto por el Arzobispo o el Obispo. Por estas razones todo el protocolo de formalidades debía especificarse, garantizando un correcto cumplimiento de la norma establecida, de tratarse de un acto legítimo, pero estas detalladas anotaciones estaban reservadas para los mantuanos que debían conservar su nivel social, denotando este esplendido registro parroquial del matrimonio de Bartola, un signo de poder de la pareja para ese momento, de contar con el favor del cura en propiedad, quien conocía el oculto embarazo.
Al salir de la Iglesia la multitud les lanzarían semillas como símbolo de fertilidad y exclamaciones de vítores. Después los invitados asistirían a una fiesta de esponsales con quema de pólvora, música, danza, bebidas y comida.
Vemos como el Padre Rivero demuestra cierto beneplácito con dicho matrimonio, muy diferente al mostrado en el registro de bautizo, explicable porque el conyugue es un militar relacionado con el liberalismo, de la presencia de Francisco Brizuela representante de la mantuana familia Santeliz Nieto, de la Sra. Francisca Olivero emparentada con el General Federico Carmona Olivero, quienes le otorgaban un posicionamiento en la clase social privilegiada, a pesar de que Antonio Perozo no posee dos apellidos por ser hijo natural, pero es un blanco puro que borraba este detalle. Ya existía una amistad entre Bartola y el cura Juan Nepomuceno, se había convertido en su gran colaboradora.
El matrimonio le permite sentirse al mismo nivel de su familia paterna, pues su marido conjugaba el poder político y militar triunfador del momento. Un militar en el grupo familiar significaba tener acceso a las prebendas del gobierno, permitiéndole a Bartola igualarse a sus parientes pues ahora poseía algo que ellos valoraban y necesitaban.

Comenzaba una nueva etapa en su vida, el futuro se mostraba espléndido. Había logrado superar sus orígenes, el traumático suceso de la violación, recuperado su fe y superado su falta de formación académica, era un médico práctico de gran destreza. Como guerrera había contribuido al triunfo de los liberales. Finalmente como mujer, había encontrado el amor, formando una familia como lo establecían los cánones vigentes del siglo XIX, podía dedicarse a su pasatiempo favorito con más libertad: pintar, abandonar la conspiración y la guerra. Estaba por descubrir que la vida no era una fórmula matemática. 

Barba de Guzmán Blanco

Joven soldado



Con su permiso caballero, me permite a la dama.

Registro parroquial del matrimonio de Bartola y Antonio. Río Tocuyo 1872

Pintura de la escuela pictórica de Río Tocuyo de Santiago de Matamoros
con el supuesto rostro de Guzmán Blanco.

Descendiente de Bartola y Antonio con un gran parecido
al rostro de Santiago de Matamoros pintado en Río Tocuyo.

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