Era una fresca mañana, el sol
tímidamente se asomaba entre las colinas en el horizonte, rasante, besando con
sus amarillentos rayos cada árbol de la plaza frente a la iglesia del pueblo,
filtrándose entre sus ramas esparciendo sombras y luces bailarinas que
lánguidamente se proyectaban sobre el suelo aun húmedo por el roció de la
noche, una suave brisa arrastraba las cobrizas hojas, sobre las que cabalgaban
múltiples gotas semejando cristales arrancándoles parpadeantes destellos de
luz. Un creciente grupo de personas estaban anidando en aquel bucólico
ambiente, parloteantes, observándose entre sí, tocándose sus trajes, semejaban
un palpitante conglomerado de abejas aprestándose para iniciar sus
tareas.
Acababa de concluir los
oficios religiosos de la misa en honor a San Pedro, el sacerdote había
entregado la imagen del Santo a los caballeros vestidos con paltó de levita
negro, sombrero de copa alto o pumpá y el rostro untado con betún, quienes lo
alzan en hombros bailándolo dentro de la iglesia, ejecutando un zapateo
característico, luego salen de la Iglesia a recorrer en procesión las calles
del pueblo, cantando coplas con letra alusivas al acontecer político o social.
Al salir se unen con el grupo
que está afuera esperando, quienes los acompañan con una cabalgata se dirigen al pueblo
donde realizaran en homenaje al santo una competencia de la descabezadura de
gallo, la vara de premio, con pólvora o fuegos artificiales, amenizada
con melodías interpretadas por diferentes instrumentos como los de viento, muy
populares entre los cuales estaban la sinfonía de boca y las guaruras marinas,
los de cuerda principalmente el cuatro y el arpa, de percusión como tambores y
maracas; esta festividad finalizaba en la plaza o en algunas casas donde
abundaba comidas y bebidas típicas como el aguardiente y el cocuy.
Eran épocas en las cuales durante todo el
año se organizaban estas celebraciones con motivo de algún santo y alrededor de
las cuales giraba la vida social en los pueblos como las de San Antonio el 13 de
junio, la de San Juan el 24 de junio, San Pedro el 29 de junio, de la Virgen de
Chiquinquirá de Aregue en la segunda quincena de septiembre.
La más llamativa, en el siglo
XIX, eran las festividades de San Pedro pues existía una tradición conocida
como Las Mascaradas, costumbre desde la colonia consistente en un
ritual teatral bailable llevando disfraces que se unía a la procesión
religiosa.
Lo peculiar de esta festividad residía en
que disfrazarse era de carácter obligatorio, esto se hacía cumplir mediante una
ordenanza del gobierno local, con algunas excepciones para las autoridades
civiles, militares y eclesiásticas, aquel que no estaba de acuerdo no le
quedaba otra alternativa que esconderse en los montes o si no era castigado en
el cepo donde se le ataba en la plaza a la vista de todos, formando parte de la
diversión, generalmente se aceptaba de buena gana y todos preparaban su
disfraz.
Bartola cumpliría con la
ordenanza asistiendo vestida de emperatriz usando una careta que manipulaba con
la mano tratando de eclipsar su bello rostro para evitar ser identificada pero
sus intensos ojos azules, pero su personalidad chispeante la delataban.
Recorría alborozada mezclada
con la procesión produciendo un leve sonido de aleteo al arrastrar su larga
falda por las calles de Río Tocuyo con cuyos pobladores estaba mayoritariamente
emparentada, la total ausencia de discreción de ella, permitía rápidamente
descubrir quién era, el saludo habitual era: ¿Como la está pasando pariente?.
Ella respondía con una risa ahogada: Muy bien gracias y usted pariente?
En algún momento del año 1866, Bartola asiste a una
de estas festividades que culminaría a orillas del río bajo la sombra de
los árboles, compartiendo alegremente con música interpretada por algunos
presentes, entretenidas charlas filosóficas, políticas o alguna comidilla de
moda con abundante asado de chivo en leña donde sobraba el aguardiente que
estimulaba grandes juergas y como consecuencia los amoríos fáciles, no
imaginaba que su vida cambiaría a partir de ese día.
Varios de los jóvenes amparados en la laxitud de la vigilancia de los adultos que disfrutan el momento, aprovechan para alejarse del grupo e ir hacia las solitarias riberas donde son sorprendidos por unos partidarios de los azules que son sus enemigos y se dirigían a Carora, quienes los atacan pero la rebelde joven se interpone logrando que sus primas escapen, siendo sometida y abusada en su condición de mujer, quedando embarazada con apenas 17 años, ocultando su preñez al creer tener una enfermedad mortal producto de un castigo del cielo por el pecado cometido, a pesar de haber sido perdonada y restaurada su virtud por la Iglesia por haber sido un acto involuntario, sin embargo la hacía sentirse culpable, sucia e indigna de sus parientes.
Un día los familiares de la
muchacha, ante su desaparición, sospechando que algo muy grave le acontece, conocían
lo sucedido ese día a orillas del río que consideraban como un daño de guerra y
no un pecado de la joven, la buscan desesperados por los alrededores, era una
noche de luna llena y llovía a cantaros. Bartola había huido hacia el rancho de
la mujer que había sido su nodriza, estaba dando a luz atendida por la india
Juana Bautista, sin saberlo su verdadera madre, allí nacería su primer hijo el
25 de mayo del año de 1867.
Lo bautizaría un 26 de julio
de 1867 con apenas dos meses de edad colocándole el nombre de su hermano
Gregorio Nieto, 11 años mayor que ella y a quien apreciaba por tener un trato
afectivo hacia su persona, lo llamaría Gregorio Urbano, sirviendo de madrina del niño una
miembro de su familia, Nicolasa Nieto, prima de Juana
Paula y además su tía al ser hermana de su verdadero padre, Leonardo Nieto cuya
historia conocería años después. Este bautizo se realizó a una edad
relativamente temprana pues era un año muy convulsionado, los azules estaban
alzados en guerra para derrocar al reciente gobierno federal.
Estos sucesos fueron en los años que los Monagas,
del partido conservador pertenecientes a la clase social dominante, para
entonces habían sido derrocados por el incipiente movimiento liberal, no
conformen inician una conspiración desde 1865 y durante los dos años siguientes
mantienen en jaque al gobierno federalista mediante múltiples batallas que
convulsionan a la sociedad en pleno, sobretodo Río Tocuyo que eran enemigos de
la llamada Revolución Azul, color con el que se distinguieron y quienes
finalmente logran derrocar a Juan Crisóstomo Falcón en junio de 1868,
acontecimientos presenciados por Bartola quien estaba a favor de los amarillos
y en contra de los azules, los cuales vencerían al naciente movimiento liberal.
En este caos político sería violada y embarazada,
la que llegaría a ser una de las grandes conspiradoras de su época.
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