En un bosque de semerucos en las afueras de Barquisimeto, tres fornidos hombres ocultos entre las sombras de los árboles, conversan en voz baja, discuten sobre las estrategias a seguir en el adverso cuadro político, su líder Joaquín Crespo había fallado en el golpe de estado para tomar el poder, al verse obligado a anticiparlo.
—Me informaron que a Crespo lo trasladaron
preso a su hacienda El Totumo, desde allí se le ha facilitado establecer
contacto con varios generales de confianza para coordinar otro movimiento. — Explica
Aquilino Juárez mientras se refresca el
rostro con su sombrero.
—Lo esencial ahora es recuperar nuestra
gente para alzarnos nuevamente, cada uno debe ir a lo suyo, separarnos para
buscar adeptos en diferentes escenarios. —Continúa diciendo con aquella voz grave
que brotaba de su ancho pecho.
—Ha sido nombrado otro Presidente a
quienes los altos mandos militares están apoyando, entre ellos los Generales
León Colina y Bracho en Carora, nuestros enemigos por lo cual se está dando una
situación muy delicada para nosotros.
—Nos corresponde actuar con sigilo, esperar la caída de
su popularidad, el desencanto del pueblo. Si procedemos en este momento
sería fatal. — Finaliza aquel gigante que conservaba un llamativo
tupido cabello negro.
Era el complejo año de 1890, ante el fracaso de la
acción de Joaquín Crespo, sube al poder del país otro enemigo de Guzmán Blanco quien
al contar con el apoyo de poderosos opositores actuaría más abiertamente en
contra de lo que hicieran sus dos antecesores, se trataba de Andueza Palacio,
amo del poder por los dos años siguientes. En el estado Lara se sumaría el
General Ángel Montañez quien logra unir a los godos de Carora en un peligroso
equipo con un solo fin, aniquilar La Propaganda y a Federico Carmona.
Luego de una breve pausa, toma la palabra el más
rubio de los tres personajes:
— Sé que en Carora están los traidores por
lo cual he organizado clandestinamente en mi pueblo natal un grupo que son incondicionales. —
Dice retirándose del lugar al observar un enjambre de abejas que zumbaban
amenazantes.
—Ya tenemos fusiles suficientes para
armar un ejército de 500 hombres de total confianza, mi contacto los tiene bajo
buen resguardo, cuando Crespo lo ordene a través de Usted General Juárez,
saldremos a tomar el gobierno regional. — Explica Federico Carmona
y continúa:
—Desde Río Tocuyo saldremos cuando llegue
la hora, ahora iré a trasmitirles sus indicaciones de esperar y recuperar
nuestras fuerzas políticas. — Les avisa con aire muy formal.
—Correcto — Ratifica Aquilino, espantando un extraviado
insecto dorado y negro que se le acerca y volteando se dirige al tercer hombre
a su lado.
—General, usted debe ser nuestro infiltrado en el
ejército, nadie debe saberlo, guardaremos las apariencias, solo responderá a
nuestro mando directo. —Dirigiéndose a Torres Aular para
finalizar.
Estos hombres planeaban apoderarse del poder local,
dentro de su estrategia estaría el lanzamiento nuevamente de la candidatura de
Aquilino Juárez a la Presidencia del Estado, sin saber que simultáneamente su
viejo contendor concebía hacer lo mismo.
En una cantina de Barquisimeto ocurría otra reunión
entre dos conocidos personajes, no tan secreta como la realizada entre las
sombras de los arbustos de intensas hojas verdes cargados de ciento de pequeñas
frutas rojas de dulce pulpa amarilla, son los Generales Eusebio Díaz y Ángel
Montañez, quienes se habían conocido en la ciudad, sumando sus odios y recursos
para enfrentar a aquellos otros hombres. Alrededor de una mesa de madera
cubierta de vasos conteniendo un licor ambarino, uno de los asistentes se
inclina hacia adelante abombando su pecho como un gallo a punto de
pelear tratando de dar la sensación de ser más corpulento y aguerrido de lo que
realmente era y comienza a hablar:
—General Díaz, me encargaré a través de
mi publicación periodística “La Palanca” de desprestigiar a Federico Carmona
entre sus admiradores. Usted ocúpese de anular las aspiraciones electorales de
Aquilino Juárez aquí en Barquisimeto, mientras el general Bracho asegura a
Carora y su gente. — Coordina el de baja estatura.
Ese año fue muy peculiar, a pesar de inaugurarse el
telégrafo en Carora, el alumbrado público en Siquisique y el ferrocarril
Bolívar en Barquisimeto dándole un auge económico a la población, paralelamente
ocurre una debacle política agravada por el fracaso de la intentona golpista de
Joaquín Crespo, por lo que los crespistas o legalistas, serían obligados a
salir del poder junto a la agrupación política local “La Propaganda” también disuelta
ante el caos de la división del guzmancismo.
El General Bracho, apoyado por Graciano Riera Aguinagalde
y los Generales Froilán Álvarez y León Colina, había retomado el poder político
en Carora, convertidos en enemigos de Carmona quien se vería obligado a tomar
una decisión que tendría un final inesperado.
Debiendo conjurar las amenazas de muerte que se
ciernen sobre su cabeza en Barquisimeto, se dirige a Carora con la intención de
recuperar algo de su poder pero al encontrarse con aquel adverso panorama, cavila
en la necesidad de implementar una estrategia diferente, irse a Río Tocuyo sin despertar
sospechas, entonces como una inesperada tormenta de verano es anunciada la
llegada del Dignísimo Arzobispo de Caracas y Venezuela, Críspulo Uzcategui
Oropeza, un muy apreciado descendiente caroreño, iniciándose un corre y corre de
las familias más representativas para los actos de bienvenida, permaneciendo
atrapado en los compromiso de aquella convulsa Carora sin embargo repentinamente
se le presenta una inesperada oportunidad.
El pueblo abruptamente había perdido la paz, las
damas competían ferozmente en muestras de afecto a través de la comida típica
local. La casa cural con sus pasillos repletos de cestas con dulces obsequiados,
que prácticamente la convertían en intransitable al paso de las distinguidas
señoras que constantemente cruzaban su puerta, un maremágnum de faldas y lazos entrando
y saliendo como nunca antes se había visto en aquel recinto, afanosamente buscaban
reservar un lugar en la copada agenda del visitante para que asistiera a sus
hogares a deleitarse con sus manjares.
—Señora Elvira, esa hora para
su invitación de almorzar mañana ya está ocupada por las hermanas Zubillaga. —Le
aclara el sudoroso párroco auxiliar a Elvira Yépez, pasándose un pañuelo por la
frente.
—El desayuno será en casa
de los familiares de su Eminencia, los Oropeza y la cena ya está acordada con Doña
Filomena Álvarez que es organizadora de la bienvenida. —Dice mientras se sacude
un mendrugo de dulce de su sotana.
—En lista de espera tengo
a los Riera, los Montesdeoca y los Herreras para pasado mañana. —Acota mientras
revisa su libro de anotaciones a punto de colapsar.
—Ud piensa dejar por fuera
la invitación de mi esposo, el Señor Ángel Montañez y mía? —Pregunta Elvira de
forma arrogante.
—Le puede obsequiar una
canasta con un refrigerio para que se lo lleve en el viaje a Río Tocuyo. —Puntualiza
el joven sacerdote Leandro
Antonio mirando el montón existente allí y dándose cuenta de la evidente
imprudencia con la contrariada dama.
Elvira abandona el lugar descortésmente y se
sube a su carruaje ordenándole al conductor que la lleve a casa de su tía. Al llegar desciende rápidamente y le
increpa sin saludarla previamente:
—Tía, ¿Usted tiene invitado a comer a Monseñor?
—No hija, el cura
encargado no me dio cupo!. ¿Por qué?.
—Entonces tal como sospeché,
a las Yépez nos excluyeron. —Exclama la arrogante mujer mientras camina como
una leona sin detenerse por el corredor de la casa.
—Figúrese tía que a las
petulantes de las Zubillaga que organizaron aquella escandalosa misa de la bendición de la imagen de la Virgen del Rosario, le
dieron el horario mejor, el almuerzo del día de su llegada. Claro, ellas
financian las ostentosas misas de la Iglesia. —Eso no lo voy a dejar
pasar por alto, nadie me humilla así. —Exhala
y continúa.
—Me entere que van para Río
Tocuyo dentro de dos días, vámonos para allá, tía, ahí no van a poder con nosotras!
—Finaliza la alterada dama.
—Sobrina, lamento no poder
acompañarte tengo que resolver algo urgente aquí, pero tu tío Ramón va a
visitar a nuestra hija y sale para allá mañana temprano, le diré que te lleve. —La
mujer se refería a su esposo, Ramón
Perera Montesdeoca.
Estos dos personajes transitaban el polvoriento camino
hacia Río Tocuyo mientras simultáneamente por la mesa del Dignísimo Agasajado desfilaban
los más exquisitos manjares de la gastronomía caroreña como los jugosos lomos
prensados, los pímpinete, un chorizo elaborado con carne de res y cerdo, las
famosas sopas, una era la olleta de gallo que levantaría controversias entre
las cocineras hermanas Zubillaga sobre si se le debía dar a su eminencia debido
a los efectos afrodisíacos que según poseía, finalmente ambas acuerdan
servirle un buen mondongo de chivo más acorde con su investidura y reservarles maliciosamente
la de gallo a sus maridos, esperando ser bendecidas por un milagro nocturno. Todo
esto iba acompañado por las infaltables arepas con la mantequilla envuelta en
hojas de maíz dándole un exquisito sabor junto a los quesos regionales en
diferentes formas de crineja o de tapara, el final era reservado para la
dulcería resaltando el de mango o de leche, manjares obsequiados en una danza vertiginosa
al ilustre visitante de paso por la ciudad, a punto de sufrir una indigestión.
En medio de esta guerra de platos, la
presencia de Federico pasa inadvertida por sus enemigos, siendo este
acontecimiento providencial para el recién llegado. En aquel embrollo
en la ciudad, el agasajo organizada
por su esposa Filomena era normal, durante la cena se entera del próximo viaje de
su Eminencia a Río Tocuyo para completar el sacramento bautismal, una idea le
viene a la mente, la estrategia para disimular el motivo del viaje serían las confirmaciones,
su excusa.
El Arzobispo había recibido una invitación del cura
de Río Tocuyo para celebrar dos solemnes misas en la Iglesia Parroquial para confirmar
a los niños de la localidad. El Prelado tenía sus dudas de aceptar por el poco
tiempo disponible pero entonces ante el inmisericorde asedio al que estaba
sometido, aprovecha la oportunidad para alejarse de las cocineras caroreñas que
lo habían llevado a cometer el pecado de la gula. Iría acompañado por Maximiano
Hurtado cura en propiedad de Carora, dejando encargado de la Iglesia San
Juan Bautista al presbítero auxiliar, Leandro Antonio Colmenárez, el cual
también estaba aliviado con ese viaje al quitarse de encima aquellas acaloradas
damas. Así
se daría aquel viaje que parecía más una huida, al tratar Su Eminencia de escapar de un pecado se
toparía con otro peor, uno mortal.
Desde la distancia, sumergido
dentro de la caravana de fieles, se distinguía un gran sombrero cubriendo una reluciente
cabeza del inclemente sol, debajo alguien se abanicaba para espantar el
sofocante calor cuando en el horizonte surge un hombre a galope levantando una
amarillenta nube de polvo dirigiéndose hacia el servidor de Cristo, un reptil
corre entre los cactus de la agreste región que marcan la encrucijada al pueblo
de Aregue que dejan atrás.
—Su Eminencia, me permite
acompañarlo?. —Pregunta Federico Carmona mientras se descubre la cabeza respetuosamente.
— Voy al mismo lugar que usted.
Mientras tanto a Río Tocuyo habían arribado Elvira y
su tío Ramón, siendo recibidos en la puerta de la casa por su hija quien se nota preocupada y nerviosa.
—Padre, tengo que
notificarle algo grave que me acabo de enterar. — Manifiesta la joven con voz angustiada.
Río Tocuyo como todo pueblo pequeño, los rumores se
esparcían rápidamente, más si eran revelaciones de cama, uno proveniente de la imprudencia
cometida por el hijo adolescente de Bartola, de nombre Damián, quien en un
arranque de pasión le había comentado a su amante que su madre contrabandeaba
armas, generaba una maliciosa sospecha sobre esos enseres importados por ella para
su negocio, aparentando ser rutinarios. Tal
imprudencia se transformaría en un detonante de la peor tragedia de aquella
familia.
Esto se debería al emparentarse el General Ángel
Montañez, a través de sus esposas, con Ramón Perera Montesdeoca con propiedades en Río Tocuyo, por lo cual pasaban
largas temporadas en dicho lugar, tanto
que la hija de Ramón se casaría con un dueño de una hacienda y estaba establecida
permanentemente aquí siendo la primera en enterarse de la inquietante novedad que
corría entre sus
trabajadores, así que al
llegar de visita su padre se lo comentaría.
Aquel encorvado hombre de prominente nariz queda
algo desconcertado al oír lo que le explicaba su primogénita, dilucida
que no entendió bien y que no había razón para el recelo.
— ¿Esa india trayendo
armas?. — Cavila despectivamente.
Sin embargo decide corroborarlo
con los obreros de su hacienda, quienes le confirman la historia, en ese
momento no capta la gravedad del hecho pues ellos especulaban que se trataba de
una fábula del muchacho para impresionar a la novia y obtener el fruto
prohibido, le decían mientras reían jocosamente.
Repentinamente escucha la
detonación de los fuegos artificiales anunciando la llegada al pueblo del Alto
Representante de la Iglesia y recuerda la invitación para asistir al recibimiento.
Cuando arriba al lugar ya había una muchedumbre agolpada a las puertas de la
casa de Dios presentando sus respetos, una de ellas era Bartola, la ve realizando
una venia agachándose levemente, seguidamente besa el anillo obispal, recibiendo
la bendición de aquellas regordetas manos, nota que a ambos lados de la puerta
están dos soldados firmemente parados con sus máuseres al hombro formando parte
de la guardia de honor y encargados de dejar entrar a la Iglesia solo a los
invitados, revisan las credenciales y les participan a los demás que debían
permanecer en la plaza.
Al recién llegado no le
llama la atención la presencia ella pues era integrante de los organizadores del
acto y miembro del coro, pero al acercarse ve a un conocido detrás de Su
Eminencia, intrigado se pregunta que hace allí Federico si supuestamente debía estar
en Carora protegiendo sus intereses y no en esa comitiva religiosa. Pensando en
esto recorre con su mirada de uno a otro personaje, detiene su vista en las
armas de los militares y luego en Bartola, entonces como un relámpago que
ilumina todo a su alrededor desentraña el misterio de la historia del muchacho sobre
las cajas conteniendo pertrechos y recuerda el rumor de la cuantiosa cantidad
de dinero desaparecida de las arcas de La Propaganda, finalmente devela el secreto de Carmona.
Este personaje conocía sobre
los negocios comerciales del matrimonio Perozo Castro por ese motivo no había
percibido los excesivos viajes de la mujer, pero la asistencia allí de aquel
peligroso hombre cambiaba todo, explicando muchas cosas y rápidamente se dirige
a su casa para enviar una misiva a su sobrino político, Ángel Montañez el cual se encontraba en ese momento en Carora reunido
con los poderosos godos tomando el control político de la ciudad y con
quien mantenía contacto
constante sobre el acontecer político.
—Tío, tan rápido concretó
la invitación? —Pregunta su sobrina Elvira.
—Olvídate de eso, aquí está
ocurriendo algo muy grave y tienes que regresar a Carora de inmediato! —Dice
apresuradamente.
—Debes avisarle a tu
esposo la novedad, llévale esta nota urgente. —Indica aquel ser de gran nariz garabateando algo sobre una blanca hoja.
En el camino dos personajes se cruzan, una acalorada
mujer que va rumbo a Carora y de Aregue viene un regordete cura galopando a
caballo, quien estaba retrasado para la misa tridentina por culpa del pecado de
la carne recién cometido, ve a la mujer identificándola y se pregunta intrigado
por qué se marchaba de Río Tocuyo.
—Domingo, por qué vas a salir
tan urgido? —Interrogaba poco antes la amante del cura de Aregue.
Desde la cama la desnuda mujer de redondas y
carnosas formas observa el rostro de preocupación del religioso mientras se viste
velozmente y lo conmina autoritariamente.
—No te vayas, tu ausencia
no sería llamativa, todos saben lo irreverente que eres, hasta yo que soy la madre de tus
hijos, irrespetas.
—No
puedo faltar, el ritual romano establece
obligatoriamente que las misas Pontifical, así catalogadas por ser presidida
por un Alto Prelado, deben contar con coro, incienso y los tres ministros
sagrados que somos el Arzobispo quien es el celebrante, el diacono que será el
cura de Carora por jerarquía y yo, que soy el subdiácono.
—Si no asisto podría ser excomulgado
y destituido del cargo!
—Termina
de explicarle a la caprichosa mujer y sale presuroso.
Por otro lado a Carora llegaba
la contrariada esposa de Ángel Montañez
llevando la crucial información, gracias
a la cual descubre que la amenaza
estaba en Río Tocuyo
donde se encontraba Carmona y no allí, entonces este liliputiense pero
peligroso hombre imparte órdenes a su gente de dirigirse inmediatamente allá, lo
vigilen y sigan hasta localizar los pertrechos. Luego sale como una
exhalación a Barquisimeto con el fin de alertar a Eusebio Díaz y al Presidente
de otro posible alzamiento coordinado por La Propaganda.
Era un caluroso 31 de julio cuando en la Iglesia se
escucha el tintineo de la pequeña campana que anunciaba la salida de la
sacristía de la santa comitiva, en estricto orden emerge primero el incenzador
balanceando el tazo inundando con su olor el lugar, luego vienen dos
sacristanes llevando las velas encendidas, el siguiente trae la cruz
procesional y detrás otro porta el cáliz sagrado en alto, finalmente surge el Ilustre
Visitante acompañado por el diácono Maximino Hurtado y el subdiácono Domingo
Vicente Oropeza situados a su lado.
Los presentes se ponen de pie provocando un sonido
sordo al chocar con los bancos de madera
cuando entran los ministros sagrados ceremonialmente y recorren el pasillo hasta
el centro del Altar para dar comienzo a la primera misa que revestía una gran
solemnidad por ser presidida por Su Eminencia, envueltos en los cantos
gregorianos entonados en latín por el coro de laicos.
Comienza la misa con un "Dominus
vobiscum" los presentes se sientan en silencio, posterior al finalizar el ceremonial el Arzobispo acercándose a
la concurrencia quienes sincrónicamente se
ponen de rodillas, los rocía con agua bendita. En algún momento después
de la comunión se realizaban las confirmaciones. Aquel sagrado día estaban lejos de saber lo que
acontecería en Río Tocuyo en pocas horas repitiendo un suceso semejante
ocurrido un viernes santo.
Al terminar la misa se iniciaba nuevamente la
conversación que era discreta y en voz baja, participan Francisco Brizuela,
Gregorio Nieto, los Santéliz, los Figueroa y Silverio Castro, conocido cacique quienes
se citan para el día siguiente para concretar.
Era el 1 de agosto, el segundo día de misa, repentinamente
en la Iglesia se escuchan unas fuertes pisadas de botas que retumban en el
sagrado recinto, son los Chuaos con sus rostros cubiertos por
la máscara del odio, largas chaquetas
negras revolotean a su alrededor produciendo un sonido profundo,
vienen presagiando algo fúnebre, son varios Montesdeoca quienes entran
encabezados por el hijo del fallecido General Juan Agustín Pérez y su leal
amigo Amenodoro Riera, hijo natural de un Montesdeoca, los seguía la
sombra de la tragedia y esta llevaría el sello de este apellido.
Ese día Federico Carmona, quien utilizaba el recinto
de la Iglesia para conspirar sin llamar la atención, desconociendo que habían
sido descubiertos, conversa discretamente con sus lugartenientes, Gregorio
Nieto y Silverio Castro, quien es enemigo acérrimo de los recién llegados desde
hacía 14 años debido al alzamiento que protagonizará en contra del General Juan
Agustín Pérez, sofocados por miembros de ese mismo grupo, resultando muerto dos
de este clan, uno de los cuales según comentarios de la época fue asesinado realmente
por Ramón Perera Montesdeoca, el cual quiso encubrir su autoría por la cobardía
del acto, dejando cuentas por saldar entre ellos.
A punto de empezar la misa, llega apresuradamente otro
hombre que se integra al grupo. Cuando este es visto junto a los otros
tres, los enemigos presentes se dan cuenta que por ser Antonio un militar
guzmancista no levantaba sospecha y al unísono que al ser Bartola, miembro de
las dos familias, Castro y Nieto, incondicionales de Carmona, los transformaba en
una pareja ideal para la defensa de la amenazada Propaganda y su líder. Lejos
estaban de sospechar que además de traer las armas, eran también depositarios del
dinero recabado en Barquisimeto, siendo
esto un soporte clave para Federico Carmona y su ejército local.
Los carmoneros notan la presencia en la misa de los
poderosos Chuaos, siendo obligados a aparentar no tener nada que ver con
conspiración. Carmona utiliza su liderazgo para contenerlos e imparte
instrucciones discretamente, les ordena esperar para llevar a cabo el plan,
sin saber que esta se prolongaría por casi dos años, ni la tragedia que
revoloteaba sobre sus cabezas por culpa
de un amor de adolescente.
—Vete de aquí
disimuladamente. —Le dice Federico con voz casi inaudible a Bartola,
arrodillado detrás de ella.
A pesar de la argucia, los Chuaos al estar ya sobre
aviso se dan cuenta que Carmona actúa como jefe de los mestizos presentes allí,
evidenciando que estaba al mando de este peligroso y conocido clan de Aregue, sumándose ambos
rencores con furor, el viejo y el nuevo, llevándolos a cometer nuevamente un
crimen perpetrado por los enemigos de
Carmona que coincidencialmente son los mismos de los Castro.
Al desenmarañar el misterio que se oculta en
Parapara deciden dirigirse a la casa de Antonio Perozo para confiscar el armamento,
lo hacen aquella madrugada, era un 2 de agosto de 1890, ya los Chuaos tenían
experiencia en asaltos anteriores.
En este periodo de convulsión política, las confrontaciones
eran sumamente violentas, llevadas a extremos apasionados causando dolor y
muerte, los discursos realizados en las plazas o en las calles atacando al
contendor llegaban hasta el recinto mismo del hogar, como sucedió con los
Perozo. Las autoridades no eran capaces de mantener el orden dentro de esta
anarquía, ya fueran por complicidad o debilidad.
Ese fatídico día, Bartola pondría en práctica todo lo aprendido en el quehacer
político de las conspiraciones. Usaría sus influyentes contactos clandestinos
y su gran poder económico, cuyo origen siempre ocultó, implementando para
sus hijos lo que hoy se conoce como programa de protección a testigos en riesgo
de muerte.
Su desgarrador dolor la convertiría en un torbellino
de tareas a coordinar, no había tiempo para lamentos, como tiempos atrás cuando
era tropera, arrastrada por los senderos del destino de otra conspiración que involucraría
a un lejano pariente con lazos de sangre y de igual origen mestizo, sería su
última participación en política.