sábado, 7 de junio de 2025

Roz Mystírio Capitulo II

Amargas realidades

 Aregue 1866    

Una carreta traslada a una marchita joven por un polvoriento camino marcado a ambos lados por arbustos y cardones, va reclinada en las faldas de una morena mujer la cual amorosamente cura las heridas de su maltratado rostro y quien jugaría un papel inesperado en su vida ayudándola a superar lo acontecido a orillas del río Tocuyo apenas unas horas antes pero que secretamente también tenía otra misión.

Al unísono que entra al lugar de despejado horizonte y límpido cielo azul recobra la conciencia distinguiendo la cúpula de la Iglesia y dándose cuenta de donde están intenta sentarse, al hacerlo ve a un joven sacerdote galopando veloz en sentido contrario, entonces siente un dolor punzante en el bajo vientre y se recuesta nuevamente mientras busca alcanzar el sitio de donde proviene pero una suave mano se interpone a la suya. Gira la cabeza y la mira reconociéndola por su aspecto indígena, acariciándola con dulzura le expresa. 

—Ya llegamos, hija aquí estarás a salvo, te protegeré con mi vida si es necesario.



Alcanzan el lugar donde se hospedarían gracias a un favor concedido a sus dos parentelas, los Nieto y los residentes del lugar, los Castro, del cual descendía su madre cuya identidad desconocía en ese momento.

Un cura de afable rostro discretamente les hace seña para que ingresen por el portón de campo, una gigantesca puerta de dos hojas de oscura madera que accedía al patio trasero de la vivienda, pudiéndose entrar ya fuera en carruaje o a caballo. En este lugar nacería por segunda vez.

Bartola, hundida en una espesa bruma de la cual surgía de vez en cuando diferenciando a un grupo de mujeres ataviadas con largos camisones de colores terrosos portando collares, aretes y pulseras, danzando a su alrededor al ritmo de un extraño cántico, mientras le suministraban brebajes, le colocaban cataplasmas en sus heridas y le exhalaban el humo de un tabaco encendido, pareciéndole una alucinación.

Fueron interminables noches en las que se despertaba gritando y temblando agitadamente  al soñar que sus atacantes la rodeaban, su nana, Juana Bautista la tomaba en sus brazos y la acunaba consolándola.   

—Shh…. Aquí estoy hija.      

Poco a poco su cuerpo comenzaría a recuperarse de aquella lacerante vivencia, sin embargo su espíritu permanecería roto por un largo tiempo.

—Padre, ¿Ha visto a Bartola?. No está en su cama y no la encuentro por ningún lado.

Domingo Vicente dejando de leer levanta la cabeza y le informa a la preocupada india.

—Fue a la Iglesia.

Juana Bautista apresuradamente se dirige al lugar, al entrar distingue a Bartola de rodilla en uno de los bancos y percibe su intenso dolor. 

La joven delante del majestuoso lienzo de la Virgen de Chiquinquirá solloza desconsoladamente, acercándose lentamente desde atrás la india la abraza, ella la identifica por su inconfundible olor a flores de malagueta, se levanta aferrándose a la mujer sintiendo que un cálido amor protector la cobijaba, un inédito sentimiento hasta ese momento.

Esta imagen pintada sobre un tapiz, que por sus rasgos mestizos es conocida como la Virgen India, venerada por los indígenas locales y con fama de milagrosa, le concedería el ruego a esta joven dándole consuelo a su pesar, fecha a partir de la cual se convertiría en su patrona, conduciéndola inesperadamente por el camino de la conspiración política.  

Tanto la Virgen como la Iglesia tienen una historia que se pierde en el tiempo y se entrecruza con las innumerables  leyendas de estas tierras. Se cuenta que una india de nombre Chiquinquirá encontró un tubo con un tapiz con dicha imagen, trasladándolo a lo que en un futuro sería el pueblo de Aregue, quienes le construyen una humilde capilla. Coincidencialmente con este hallazgo acontece que un español de la compañía Guipuzcoana, navegando rumbo a Venezuela fue sorprendido por una tormenta, naufragando en alta mar, ante la precaria situación le ruega a la Virgen del Santo Rosario que lo salve, apareciendo inesperadamente un tonel de madera al que se aferra logrando llegar a la playa. Estando inconsciente tiene una visión de una Virgen en un templo frecuentado por cientos de fieles, al despertar interpreta esto como una solicitud de construirle tal edificación y decide hacerlo en agradecimiento.

Un día el náufrago, encontrándose en Carora, se tropieza con el cura de Aregue a quien le comenta la visión, ante su descripción, es conducido a la capilla para que vea la existente allí, reconociéndola como su salvadora, cumpliendo con su promesa, le otorga una gran suma de dinero al presbítero que además tenía conocimientos de arquitectura y personalmente dirige su construcción. 



En aquel Templo, ambas mujeres  permanecen abrazadas durante unos instantes, entonces Juana Bautista soltándola y girando la engancha amorosamente por la cintura. 

—Ven conmigo, hija. 

Lentamente caminan a lo largo del pasillo central hasta los pies del altar labrado en madera que acuna el lienzo de la Virgen Morena. Tomándole una mano se la coloca sobre la imagen y le señala. 

—No llores más, hija. Roguémosle que te de la paz.

Ella la observa de reojo, en el fondo de su alma presiente una inminente revelación, desde que habían llegado a Aregue insistentemente le decía hija y decide confrontarla.

—¿Quién eres tú?. 

Juana Bautista se desborda cual dique incontenible.

—Soy tu madre.

La apesadumbrada joven, ásperamente le recrimina.

—¿Por qué me lo ocultaste?.

Juana Bautista con un dejo de dolor la observa e intenta explicarle.

—Mírame y mírate, somos como la luna y el sol. Tienes sangre india pero también Nieto, igual que yo, las dos somos mestiza pero, yo soy morena y tú eres blanca con esos hermosos ojos azules, lo que impidió que mi tribu te aceptara, ni padrinos de tu bautizo quisieron ser, por eso la hermana de Juan Nepomuceno ocupo ese lugar.

La morena mujer de oscuro cabello, suspira ante el silencio de la joven.

—Cuando Juana Paula me localizó, se ofreció encargarse de ambas, una propuesta salvadora que me llevo a tomar lo que entonces creí era la mejor decisión para ti, aceptar criarte en su casa sin que conocieras la verdad.

Bartola apartándose abruptamente de su lado, le expresa a la angustiada mujer.

—Ahora entiendo lo que mi primo Tomas me dijo en mi primera comunión y la razón de que algunos parientes me susurraran al oído palabras inapropiadas, que no se las decían a mis primas, provocando que me sintiera sucia.

Luego de un breve silencio duramente le manifestaría.

—Yo no podría separarme nunca de un hijo.

Sin embargo el destino tenía dispuesto otra cosa, años después ella se vería obligada a hacer algo similar pero con cinco de sus seis hijos.

Antes de salir de allí, suspirando entrecortadamente le demanda.

—Vete, déjame sola, no te necesito, regresa a Río Tocuyo.

Contradictoriamente al enfrentar aquella dolorosa revelación, la primera rosa de su vida, encontraría cierta paz a su otro sufrimiento y comenzaría a transformarse en una leona de dos mundos confrontados, separados, unidos, desiguales, logrando conjugarlos gracias a su  don de liderazgo, protagonizando una historia sin igual en la cual el párroco de Aregue jugaría un papel fundamental convirtiéndose en un amigo incondicional.

Le india Juana Bautista entristecida busca a su confesor para comunicarle que Bartola reaccionó de mala manera a su revelación y le ordenó que regresara inmediatamente a Río Tocuyo.

—Padre, debo irme.

Domingo Vicente trata de calmarla y le promete cuidar a la joven.

—Dale tiempo para que sane, yo la ayudare a reconciliarse con su historia. Vete tranquila.

Gracias a esto se le abriría un inesperado camino el cual siempre había deseado.

Domingo Vicente se dirige al jardín donde se encuentra la pensativa joven.  

—Bartola, ¿me puedes decir que sucedió?. 

Ella alzando la cabeza y secándose unas lágrimas, le responde.

—Padre, soy de sangre manchada. 

El cura tratando de consolarla le apunta.

—Ante Dios todos somos iguales.

Entonces la joven con un áspero tono de voz. 

—Sí, pero por ese motivo no pude recibir educación en un Colegio, solo se leer y escribir gracias a Juana Paula. Del resto soy una ignorante.

Una cálida mañana el sacerdote la llama y se dirige al fondo de su oficina sacando un mazo de llaves de un bolsillo de su oscura sotana le abre una puerta, apartándose a un lado para darle paso le muestra.

Bartola acércate, te revelaré algo.

Ella entra maravillada a aquella secreta biblioteca, se acerca a los estantes y lee algunos títulos impresos en sus lomos, medicina, filosofía, astronomía, matemáticas, historia del cristianismo y de los mártires cristianos. Este último libro, narraba las terribles vivencias de los santos y como la sobrellevaron, conocimientos que la ayudarían a encontrarse con la fe nuevamente, consolando su dolor.

—A partir de hoy las puertas de este mundo de conocimientos estarán abiertas para ti y yo seré tu maestro, te convertiré en una persona letrada como deseas. Será un secreto entre ambos.

Ella se volcaría frenéticamente en los libros de la Iglesia, sería una aprendiz insaciable.

Domingo Vicente también la iniciaría en las conspiraciones políticas que bullían en Aregue, sobre todo los conflictos internos del Clan Castro.

—Vete a dormir, descansa mañana será otro día y los libros seguirán aquí.

Este cura poseía una historia peculiar, estando casado inesperadamente queda viudo con un hijo, siguiendo la costumbre de la época, le pide matrimonio a su cuñada pero es rechazado. Ante este desplante, en un arrebato de despecho, se ordena sacerdote, ocupando el cargo de cura en propiedad de Aregue, como se denominaban en aquellos lejanos tiempos pues compraban con sus fortunas el derecho de por vida de ejercer en la parroquia.

Acontece que posteriormente la cuñada cambia de opinión pero ya no podían casarse, entonces deciden convivir en concubinato. El pueblo lo acepta como un matrimonio, exigiéndole solo dar ejemplo de fidelidad.

Resulta que el sacerdote debido a su fogosidad, rompe el tácito convenio siendo escandalosamente infiel, conducta rechazada ferozmente por ser un mal ejemplo para los hombres casados del pueblo. Esta situación es denunciada por las damas de la feligresía ante sus superiores quienes envían a un Arzobispo para que intervenga.

Monseñor, intentando evitar el carácter belicoso de este cura, simulando estar interesado en su comodidad, diplomáticamente procede con el siguiente interrogatorio.

Padre, ¿Ud. tiene quién le cocine?, ¿Quién le limpie la casa cural?, ¿Está bien atendido?.  

El controversial personaje, ajeno a toda disciplina, dándose cuenta de las verdaderas intenciones de las preguntas, responde con un dejo de ironía.

Si su Eminencia, me alimento tres veces al día, me asean la casa, lavan mi ropa diariamente, duermo muy bien todas las noches y follo tres veces por semana, tal como Dios manda.

Ante tal respuesta, el Supervisor sale despavorido rumbo a Barquisimeto recomendando a las autoridades religiosas no volver a importunarlo y como los Padres podían también ser padres, el caso fue cerrado.

Domingo Vicente Oropeza a pesar de su carácter poco benigno, nada tolerante con sus feligreses, sin embargo sus amigos contaban con el absolutamente, demostrado con la joven siendo además de su mentor también su cómplice en varios complots, incluso uno para salvarle la vida a un hijo por un trágico suceso ocurrido años después. Fue el párroco de Aregue por 40 años, hasta su fallecimiento apoyando a Bartola.

Un día habiendo transcurrido cierto tiempo y recuperado sus fuerzas, siente que había llegado la hora de enfrentar la realidad y se lo comunica.

—Padre, estoy lista para volver a Río Tocuyo.

Camino de regreso rememora el maltrecho estado en el cual se encontraba apenas dos meses atrás, en cuanto había cambiado, no sabía si para bien o para mal, debía averiguarlo. Sin embargo una imprevista consecuencia le robaría la naciente y frágil paz.